viernes, 6 de abril de 2012

ANTIDESARROLLISMO

No faltaron, en los años iniciales del kirchnerismo, algunos analistas muy poco lúcidos que describían la política económica del gobierno como desarrollista.

Si ese brillante Presidente, y quizás el último gran estadista que tuvo nuestro país, que fue Arturo Frondizi, y Rogelio Frigerio vivieran, seguramente se sentirían ofendidos por esa calificación. El desarrollismo fue una corriente política que promovió intensamente la inversión, sobre todo en energía e infraestructura, para lo cual alentó la aplicación de capitales nacionales y extranjeros.

Uno de sus principales propósitos fue lograr el autoabastecimiento petrolero, lo que finalmente pudo conseguirse. Para eso, se alentó la inversión genuina mediante la seguridad jurídica que consiste en algo tan simple como lo es contar con la existencia de reglas claras y garantías de respeto a los capitales que vinieran con esa finalidad.

El kirchnerismo es, podría decirse, un “antidesarrollismo”, porque consiguió en pocos años terminar con el autoabastecimiento petrolero y gasífero. ¿Cómo obtuvo esa hazaña en tan poco tiempo? Mediante el uso de un capitalismo de amigos y un “populismo energético” que no podía tener más que este triste final.

El gobierno acaba de tomar nota de lo que desde hace muchos años le vienen anunciando los expertos en cuestiones energéticas: que la producción nacional es cada vez menor y que las importaciones son cada vez más grandes, lo que genera (y este es el origen de la preocupación oficial) serios problemas fiscales.

Entonces, fiel a su libreto habitual, salió a buscar contrincantes. Decidió que el enemigo público nº 1 es ahora YPF y les ordenó a algunas provincias que les retiraran parte de las concesiones, por no invertir.
Es cierto que invirtieron muy poco, pero el padre de la criatura se llama Néstor Carlos Kirchner, quien, con la excusa de “argentinizar” a YPF, introdujo como accionista a un empresario vinculado a él, Enrique Eskenazy, dueño del Banco de Santa Cruz en los años noventa, justamente en la época que el “progresista” Kirchner lo privatizó cuando era un fervoroso menemista. ¿Cómo entró este banquero austral a un negocio que desconocía completamente? Sin poner un peso.

Con la bendición del ahora “eternauta”, se arregló que el pago de las acciones se hiciera con los dividendos de la empresa. Por lo tanto, en lugar de reinvertir las ganancias en exploraciones, la compañía repartió jugosos dividendos para pagar la entrada en ella del amigo de Kirchner. Ahí está la madre del borrego, junto con una irresponsable y demagógica política de mantener congeladas las tarifas.
El resultado de ese cocktail no podía ser otro que el que a la postre se produjo.

Ahora, no saben qué hacer para arreglar ese embrollo y empiezan por lo primero que les sale: buscar o, mejor dicho, crear enemigos del “modelo nacional y popular”. Lo curioso -y patético- es que en esta oportunidad los enemigos son los que hasta ayer nomás eran los amigos íntimos. Como escribió el periodista Carlos Pagni hace unos días, hemos pasado al “capitalismo de ex amigos”.

¿Qué capitales se atreverán ahora a invertir en el campo energético en la Argentina? Sólo los que aporten empresarios piratas que, al amparo del poder, realicen arreglos para llevarse una ganancia rápida.
No es esto lo que necesitamos. Es imprescindible respetar los contratos y dar un marco de seguridad jurídica integral, sin el cual no llegarán las inversiones cuantiosas y de largo plazo que el sector necesita. Pero en el universo K esos elementos no se encuentran, ni hay señales de que se busquen.

Viernes 30 de marzo de 2012.-
Dr. Jorge R. Enríquez
jrenriquez2000@gmail.com
twitter: @enriquezjorge

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