domingo, 10 de junio de 2012

MI DERECHO A PROTESTAR




        Esta semana, distintos medios de comunicación, especialmente
de tinte oficialista, no han cesado de “acusarme” por haber
participado y difundido los últimos “cacerolazos” en Capital Federal.
Al parecer, sigo perteneciendo a una categoría distinta del resto de
los mortales. Al cercenamiento de mi libertad de pensamiento y de
expresión, hoy siento que tampoco tengo derecho a protestar.

        No pido que me aplaudan por agitar la cacerola, pero al menos
me gustaría que no se descalificara mi persona. Me parece buenísimo
que otros ciudadanos, conformes con los actos del gobierno, expresen
sus razones para oponerse a los cacerolazos. Pero no entiendo por qué,
para argumentar en contra de la protesta, se termine agraviando a los
que así desean expresarse. Según estos medios, quienes se oponen a las
decisiones gubernamentales son todos fachos, gorilas, procesistas, y
en mi caso particular, se le agrega el clásico “defensora de genocidas
y represores”.

        En muchas oportunidades dije y vuelvo a repetir que no estoy
de acuerdo con la política de derechos humanos llevada a cabo por el
gobierno, ya que constituye una visión parcial de la historia que no
reconoce a las víctimas del terrorismo. Porque en nombre de la
justicia se termina violando la Constitución Nacional y las Leyes en
los juicios seguidos contra militares, policías, fuerzas de seguridad
y civiles que participaron en la guerra contra el terror organizado.
Para los medios oficialistas pensar así es estar de acuerdo con la
dictadura y ser defensora de genocidas. No entienden que trabajo por
el respeto a la ley y la Constitución porque si hoy se viola la ley
para ellos, mañana se puede violar para cualquier ciudadano.

        Parece que por pensar de esta manera no tengo derecho a
manifestarme en un cacerolazo, diciendo BASTA de corrupción, de
inflación, de inseguridad… En los últimos años, mi familia fue
perseguida por pensar distinto, haciéndole perder a mi marido el
trabajo en tres oportunidades.

        La primera vez fue en marzo de 2005, cuando difundí en forma
pública una “Carta abierta al Comandante en Jefe de las fuerzas
Armadas”, defendiendo la continuidad de Monseñor Baseotto como Obispo
Castrense. En esa misiva cometí el terrible pecado de expresar lo que
pensaba, diciendo cosas como esta:

        “Con mucha indignación, como esposa de un Oficial del Ejército
Argentino, me siento en la obligación moral de expresarle a nuestro
presidente el sufrimiento y la desazón que puedo observar en muchos
hombres de armas, como consecuencia de la situación creada en torno a
la remoción de Monseñor Baseotto… Creo que usted se está equivocando y
mucho... Usted no tiene el menor derecho a remover al Obispo Castrense
de las Fuerzas Armadas. Creía yo que los tiempos de la Monarquía
Absoluta habían terminado, pero parece que en Argentina la cosa no es
así… No se meta en un terreno que sólo puede crear división, no se
equivoque de época, no estamos en el tiempo de los emperadores, usted
no puede hacer lo que quiera... Vivimos gracias a Dios en democracia,
y usted debe ser el primero en aceptar y respetar a las distintas
instituciones que cumplen su cometido... Nuestro país necesita que
todos los sectores nos aunemos en un proyecto común... no exaspere los
rencores y las divisiones... no violente las conciencias... porque los
creyentes no estamos dispuestos a pasar por alto cuestiones que atañen
a la fe y a los principios...”

        La segunda vez que perdió su trabajo, fue cuando me acompañó a
un programa de televisión, titulado “Tres Poderes”, donde juntos
volvimos a cometer la terrible locura de expresar lo que pensábamos.

        Y la tercera, fue hace unos meses atrás, por una llamada de
“arriba” diciendo al empleador que no podía comprender cómo podía
trabajar para él el esposo de una defensora de los clásicos genocidas.

        Todo esto fue -y es todavía- muy duro para nosotros. Tuvimos
que volver a empezar de cero, no cómo recién casados sino con la
responsabilidad de siete hijos maravillosos, que siempre nos han
apoyado en todo. Tuvimos que volver a pensar cómo pagaríamos la
escuela de los chicos, el alquiler del departamento, la comida de
todos los días… Todo por animarnos a pensar distinto que el poder de
turno. Parece que estoy condenada a cerrar la boca en un país que
supuestamente vive en democracia.

        ¿Qué por qué participo en los cacerolazos? ¿Les parece poco
? ¿Alguien puede privarme el derecho de protestar? Miren sino tengo
motivos para agitar la cacerola…



        Y en última instancia, no hago más que seguir el ejemplo de un
presidente, que por otra parte fue el principal responsable de
nuestros desvelos. Decía el extinto emperador que él no iba a dejar
sus convicciones en la puerta de la casa de gobierno…Yo no hago más
que seguir su consejo: Me niego a dejar mis convicciones escondidas en
el ostracismo del hogar. Me niego a entregar mi libertad al estado. Y
sé que más tarde o más temprano, como en los cuentos de hadas, este
régimen de opresión habrá terminado. Y el apellido Kirchner muy pronto
será olvidado, porque en el recuerdo de las generaciones sólo
permanecen aquellos que entregaron algo de su vida… Y los Kirchner no
han hecho otra cosa que quedarse con todo lo nuestro. Nos robaron
nuestros sueños, se apropiaron de nuestra historia, se quedaron con la
república, nos quitaron la justicia…y como si esto fuera poco… se
hicieron millonarios usando el poder en beneficio propio… y todo eso
en nombre de la memoria, la verdad, y la justicia...
María Cecilia Pando

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