miércoles, 6 de febrero de 2013

Kicillof pide paz… Boudou pide “amor” ¿tomaron clases con Osho? ¿No se dan cuenta del clima que crearon?






Se podrá discutir hasta el cansancio sobre lo doloroso que es un escrache cuando hay hijos en el medio. Pero hay algo que no es discutible. Hijos tienen todos. ¿Por qué entonces está mal si son los hijos de Kicillof y no dicen ni una palabra cuando otros hijos sufren? ¿O sólo tienen que estar presentes y alzados para que existan? Obvio que es una locura alentar estos desbordes. Pero así de obvio es también que estos desbordes fueron iniciados, auspiciados, tolerados e incitados desde el Gobierno.

Ningún funcionario dijo nunca una palabra, ni siquiera la Presidente, cuando abuchearon al Gobernador de Santa Fe en el monumento a la Bandera. La Presidente llamó “caranchos” a los jubilados… Le dijo “amarrete” a un abuelo que le regalaba 10 dólares a su nietito. Trató de “estúpido” al de la inmobiliaria… etc., etc., etc. Todo esto, por cadena nacional. Insultó a la prensa, sus seguidores hicieron que niños escupieran fotos de periodistas, calificó de gorilas a los caceroleros, insultó jueces. ¿Ahora se horrorizan porque trataron de “caradura y delincuente a Kicillof y a Boudou?

Desgraciadamente es el clima de violencia que instalaron. Clima que, por otra parte, se multiplica cuando la percepción de final de ciclo se instala. O bien, cuando se percibe, especialmente los sectores sociales medios, que sus contribuciones impositivas terminan en un sistema de reparto clientelístico que poco tiene que ver con las necesidades reales de los argentinos más pobres.

Insultos, presión impositiva creciente, inflación, problemas económicos, desborde de violencia, inseguridad, más la sensación de que el 2015 está a una eternidad de tiempo, genera que vastos sectores sociales estén de muy mal humor. Y, la ridiculez de un vicepresidente vergonzoso como Boudou, hablando de Paz, irrita más aún. Suena a burla. O como diría la abuela… “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”.

Boudou diciendo -cuando está siendo insultado- que; “es una actitud fascista no escuchar lo que otros tienen que decir”, suena tan vacuo, superficial y ridículo como sería escuchar a Stalin explicándole a un disidente que se relaje porque el tiro en la nuca no es doloroso. Por otra parte existe un crecimiento del hartazgo por la recurrencia de la expresión “fascista” a cualquier persona que se muestre abiertamente opositora o simplemente molesta.

Luego, cuando Boudou expresó… “Bajemos los decibeles con las agresiones. Nosotros formamos un Gobierno lleno de amor”, el enojo llegó a su clímax. Si hay algo que está desapareciendo desde hace años en nuestro país, es el respeto por las diferencias políticas y la tolerancia a la discordancia de opiniones. Por ende, hablar de “gobierno lleno de amor”, suena a cliché de canción pop, más que a una realidad palpable.

Finalmente, la comparación que Boudou hizo entre Cristina y San Martín, poniendo en igualdad de condiciones las batallas del General y principal prócer argentino con la discusión con los fondos buitres, no tiene la más mínima correlación. En un lado se encuentra batallas realmente épicas, un General enfermo, que murió pobre, en el exilio y que prefirió irse antes que ver a los argentinos enfrentados entre sí. Mientras que, en el otro lado, se encuentra una Presidente a la que podrá o no quererse, podrá o no compartirse sus políticas, pero que no hay la más mínima simetría comparativa entre los dos momentos históricos y las respectivas vidas transitadas.

La obsecuencia ya dejó de ser un dato de color y cuasi humorístico para transformarse en una acción que muchos perciben como una provocación insana.

Luego, las invocaciones a la paz, la tolerancia y las señalizaciones respecto a que estos no son los modos, caen en un formalismo que a nadie se le escapa en su superficialidad. Todos los ciudadanos, sean estos kirchneristas, sean estos opositores, saben perfectamente que son declaraciones de forma que no representan el sentir profundo de quienes la manifiestan.

Alguien de quien nadie puede dudar de su pacifismo a ultranza, al punto de morir en sus convicciones, como fue Mahatma Ghandi, decía con esa honestidad a prueba de todo, lo siguiente… “Si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la impotencia.”

Suena brutal, pero tiene la claridad de los sabios y pacíficos. Describe el estado anímico de una sociedad cuando siente que las palabras son un instrumento de justificación y ya no encierran la voluntad real de la concordia.

Esta Argentina, nuestra argentina, está violenta y cuasi contenida más sus propios miedos y memoria histórica de la violencia, que por una auténtica convicción de sanación y espíritu nacional de concordancia. Cuando las palabras, por sabias que parezcan, comienzan a sonar como justificativos huecos de acciones de verdadera hermandad, hace que los espíritus se llenen, primero de enojo, luego de odio y finalmente de violencia.

Si no reflexionamos muy seriamente sobre esto y no libramos una creíble batalla contra la intolerancia y cualquier fundamentalismo que se encubra en la presunta defensa de las convicciones, caminaremos una ruta muy complicada y no exenta de mayores y más peligrosas agresiones.

Tener convicciones es un dato importante y ciertamente muy bueno; hacer de esas convicciones un absoluto excluyente, ya no dota a las mismas del valor de las ideas, sino que las eleva al peligroso destino del Integrismo. Y, el Integrismo supone ciertamente la inexistencia del pensamiento diferente, aunque las palabras que se usen sean de aparente concordancia.




Lic. Rodolfo Patricio Florido

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