martes, 21 de mayo de 2013

De la crispación kirchnerista a la persecución cristinista





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Entre los primeros años de Néstor Kirchner en la Casa Rosada y los últimos de su esposa al frente del Poder Ejecutivo Nacional hay importantes diferencias en cuanto a la concepción del modelo económico, pero que resultan menores frente a una gran coincidencia en términos de estilo de gobierno: en una gestión gubernamental, se puede exhibir cualquier cosa menos debilidad.

Cristina Fernández de Kirchner profundizó en forma extrema la política del miedo y la teoría de que ninguna voz cuestionadora de su gobierno debería poder resistir los archivos oficiales.

Desde un empresario inmobiliario que osó confesar públicamente que el mercado de compraventa de viviendas estaba cayendo como consecuencia del cepo cambiario hasta el actor Ricardo Darín y algunos de los periodistas más críticos del oficialismo sufrieron en carne propia el escarnio público, tanto a través del atril presidencial como mediante los mensajes de la primera mandataria en Twitter.


El gobierno de Cristina Kirchner se encuentra ante un escenario en el que no puede seguir creando un Indec para cada problema y sólo atina a perseguir a quienes pueden poner en evidencia las frustraciones que chocan con el relato oficial


Podría decirse que, en diez años, de la crispación kirchnerista se pasó a la persecución cristinista. Aunque mucho de lo que hoy se advierte en materia de intentos por someter a los jueces y a la prensa encuentra claros antecedentes en la gestión gubernamental de Néstor Kirchner en Santa Cruz.

El estilo K tiene una serie de rasgos que caracterizó las presidencias de Néstor y de Cristina Kirchner. Entre ellos, los siguientes:
  • Una conducción incompatible con la existencia de superministros y sin reuniones de gabinete. El último ministro fuerte de la gestión kirchnerista fue Roberto Lavagna, quien se fue del gobierno a fines de 2005.

  • El verticalismo.

  • La búsqueda permanente de la concentración del poder. Su último indicador fue la reforma judicial aprobada recientemente en el Congreso.

  • Una mayor valoración de la lealtad personal que del profesionalismo técnico a la hora de designar ministros y colaboradores.

  • Un muy estrecho margen de tolerancia hacia las críticas.

  • La vocación hegemónica y la tendencia a confundir la ley con la propia voluntad presidencial.

  • El hiperpresidencialismo.

  • La construcción de un relato a partir de una dialéctica confrontativa, donde la mayoría de los adversarios se transforman en "enemigos" y justifican avances autoritarios, y de mecanismos propagandísticos que incluyen la manipulación de las estadísticas oficiales de variables como los niveles de inflación y de pobreza.

Todos estos rasgos fueron profundizados durante la gestión de Cristina Kirchner, de la mano de un fuerte retroceso en materia económica que viene sembrando en la opinión pública cada vez más dudas sobre la solidez del relato K.

Los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner se caracterizaron por tres ejes en materia económica que ayudaron a la recuperación del país. Esos ejes fueron un tipo de cambio alto, que le dio competitividad a la Argentina; el superávit fiscal y comercial, y la baja inflación. Con excepción de una balanza comercial que todavía es superavitaria, merced a las fuertes restricciones a las importaciones, ninguno de aquellos ejes pudo ser mantenido por el gobierno cristinista.


Con el gobierno de Cristina Kirchner también se produjo el fracaso del modelo del capitalismo de amigos y el paso progresivo a otro que, sin renegar totalmente del anterior, está basado en el capitalismo de Estado.


Sí hubo empeño en la gestión de Cristina por conservar otras dos características del modelo económico kirchnerista: el atraso de las tarifas públicas, cada vez más difícil de sostener por el enorme esfuerzo que se obliga a hacer el Estado mediante subsidios, y una fuerte transferencia de recursos de los Estados provinciales al Estado nacional, fundamentalmente porque gran parte de los ingresos fiscales provienen de retenciones a las exportaciones agrícolas que no son coparticipadas más que en una mínima porción. Así, mientras alguna vez los recursos coparticipables, distribuidos entre las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, representaron el 48,5% de los ingresos totales del Estado nacional, en la actualidad éste se queda con las tres cuartas partes de lo que recauda.

Con el gobierno de Cristina Kirchner también se produjo el fracaso del modelo del capitalismo de amigos y el paso progresivo a otro que, sin renegar totalmente del anterior, está basado en el capitalismo de Estado. La tragedia ferroviaria en la estación Once fue el principal símbolo del hundimiento de aquel modelo sustentado en la subsidiocracia sin controles. La expropiación de la mayoría accionaria de YPF -en rigor, una confiscación- fue otro paso en el mismo sentido, tras la experiencia del Grupo Eskenazi al frente de la compañía petrolera. Un año más tarde, el furioso temporal desatado en La Plata, con su oleada de muertos aún indeterminada, dio cuenta del fracaso de un sistema centralizado de obras públicas, a partir de un unitarismo fiscal, que no pareció contemplar las necesidades más prioritarias.

El cada vez más fuerte déficit fiscal, que no es mayor por los aportes del Banco Central y la Anses al Tesoro Nacional; la pérdida de reservas internacionales de la mano de una importante fuga de capitales y la elevada inflación son la novedad que llegó con el cristinismo.

 La receta elegida para enfrentar pasó por el cepo cambiario, que derivó en un proceso de mayor desconfianza de los agentes económicos y en la paralización de algunos mercados, como el inmobiliario, y en una persistente caída de la Argentina en el ranking de países receptores de inversiones.

El último manotazo del ahogado fue la convocatoria al blanqueo de moneda extranjera no declarada, que llegó en el peor momento: cuando recrudecían las denuncias sobre espurios negocios del poder, asociados a maniobras de lavado de dinero.

De este modo, el gobierno de Cristina Kirchner se encuentra ante un escenario en el que no puede seguir creando un Indec para cada problema y sólo atina a perseguir a quienes pueden poner en evidencia las frustraciones que chocan con el relato oficial. Sus últimas actitudes pueden asociarse con la imagen de ese niño pequeño que, al romper accidentalmente un juguete y no saber cómo arreglarlo, desesperado y abatido, termina saltando con furia arriba de ese juguete.

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