miércoles, 24 de julio de 2013

Los anticuerpos de la peste






25 de Julio de 2013



Por Nicolás Márquez

Las reflexiones de la nota de hoy no tienen por propósito brindar argumentos contrarios al régimen de Cristina Kirchner a los efectos de sugerir en el lector antipatía para con él. Tampoco pretendemos reforzar aquí la hostilidad preexistente que muchos de los destinatarios de esta columna quizás tengan respecto del oficialismo.

Ocurre que las cartas parecieran estar echadas. Los encuestadores sostienen que, números más, números menos, existe actualmente un tercio de la población que siente un sano desprecio por la actual dictadura, un segundo tercio afín a ella (núcleo duro mayormente conformado por los sectores maniatados por las dádivas clientelistas) y finalmente un tercer tercio acomodaticio e indefinido, que zigzaguea según la coyuntura y sus avatares. Este último espectro es que el votó por la oposición en el 2009 y el que eligió a cristina en el 2011.

De los dos primeros sectores mencionados (el de los convencidos), aquel que consiga persuadir al tercio ambivalente es el que definirá la partida política venidera, la cual es decisiva.

En efecto, si el régimen se sale con la suya, eternizará su latrocinio, reformará la Constitución Nacional con arreglo a cánones chavistas (reeditarán la siniestra Constitución criolla de 1949) y las libertades individuales sufrirán una merma mucho mayor a la que ya padecen. En sentido contrario, si Cristina y sus esbirros son derrotados (muchos sondeos de opinión son optimistas en cuanto a esta última posibilidad), el kirchnerismo se vería reducido a una mínima expresión, sin chances reeleccionistas y sin herederos a la vista. Incluso, en este último escenario, los diferentes bloques y dirigentes del peronismo, fieles a su impronta traicionera, abandonarían a sus actuales patrones para ponerse a la orden de los eventuales ganadores de la contienda, ante lo cual el régimen sufriría una diáspora de tal magnitud que su capital político quedaría reducido a su mínima expresión. Es decir, en caso de una derrota electoral, de la estructura del kirchnerismo no quedará mucho más que una gavilla agazapada y arrinconada intentado resistir la cárcel a toda costa. En este último contexto, la suerte del kirchnerismo no sería otra que la de una banda de malvivientes esquivos o en fuga.

¿De qué depende que la suerte política vaya en una dirección u otra? De la suerte del kirchnerismo se encarga el propio kirchnerismo obviamente. Para tal fin utiliza “su” aparato estatal extorsionando con la SIDE, amedrentando con la AFIP, persiguiendo con jueces adictos, publicitándose con inacabables desembolsos al servicio del autoelogio, arrastrando votantes por medio de punteros territoriales y, en suma, usando todos los recursos y resortes de la estructura partidaria-estatal. De la suerte contraria a la del kirchnerismo, depende no mucho más que del aporte de todos y cada uno de aquellos que tengan la voluntad de poner su esfuerzo personal para influir en ese tercio poblacional que definirá la contienda. ¿De qué manera? Las posibilidades son múltiples: la conversación fraternal con amigos y allegados, la difusión de ideas en las redes sociales, la participación activa en protestas o cacerolazos y, por supuesto, asumiendo el compromiso cívico de fiscalizar las urnas el 11 de agosto ante la posibilidad nada incierta de que el oficialismo incurra en maniobras fraudulentas. En efecto, no hay que distenderse confiando en que las elecciones “verdaderas” son en octubre y no en agosto, puesto que las PASO constituyen una batalla decisiva y determinante: ¿no reza el aforismo popular que el que “pega primero pega dos veces”?

Por diferentes motivos que no vienen a cuento, los argentinos tenemos una mentalidad caudillista y estamos siempre esperando al patriarca redentor que nos “salve” de la ignominia. Los oficialistas ya tienen a su acaudalada jefa redentora, pero aquellos que están disconformes con el régimen no gozan de tal protección paternalista (y está bien que así sea), por ende es imprescindible imprimir la idea de que nadie va a hacer las cosas por uno mismo.

En conclusión, procuramos entonces que todo aquel que ya tenga posición política tomada sepa que nadie va a desparramar y amplificar ese sentir en el mencionado tercio electoralmente decisivo que no sea el propio interesado. Vale decir, si todo aquel que es consciente de la peligrosidad que implica para la libertad la perdurabilidad del kirchnerismo en el poder no aporta su compromiso personal a fin de impedir tal cosa, luego no se queje de vivir en un país apático, desprovisto de toda reacción y sin los suficientes anticuerpos ante la peste padecida y enquistada.

La advertencia fue debidamente expuesta.

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