domingo, 20 de octubre de 2013

Viene una política muy distinta








Por  | LA NACION


 
En la mañana del viernes, un alarmante informe de inteligencia cayó sobre el despacho de Sergio Massa. Advertía que un importante hecho de inseguridad ocurriría en Tigre para complicar su campaña . El anuncio llegó mientras el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, esquivaba una balacera de encapuchados y recibía amenazas telefónicas. Esas intimidaciones se convirtieron en el atentado más grave que recibió la democracia desde 1983. En tal contexto, y con el precedente de extraños robos y de violencia contra él, Massa no desechó aquel papel de inteligencia.

Massa es ya una obsesión para el kirchnerismo. Según fuentes del gobierno nacional, la monumental cantidad de recursos destinada a la campaña oficialista bonaerense supera a la que en 2009 le dedicó a la candidatura del propio Néstor Kirchner.

La actual inversión, para llamarla así, incluye más de 1.500.000 pesos sólo para atacar al candidato en las redes sociales. Empresas de colectivos le hicieron saber a Massa que no podía contar con la publicidad en ese medio de transporte, porque el Gobierno les advirtió que perderían los subsidios que reciben. Los reducidos lugares cedidos a los carteles de Massa en Buenos Aires se rinden ante los de Martín Insaurralde. Massa oscila entre la resignación y la ofuscación.

Pero, ¿qué significará la victoria del Massa para el kirchnerismo? ¿Por qué se nota en el oficialismo ese espíritu de cruzada concluyente y definitiva contra el alcalde de Tigre? Las condiciones de la lucha política parecen pertenecer a algo más significativo que la victoria o la derrota en una elección de mitad de mandato. El riesgo del kirchnerismo es, en efecto, que su herencia podría caer en manos que no controlará. Massa mismo ya notificó a propios y extraños: su campaña por la presidencia de la Nación comenzará en la noche del 27 de octubre. Rápido y ambicioso, no perderá tiempo en alambicados mensajes políticos o en promesas legislativas. Irá a buscar lo que le gusta: el poder.

Cristina Kirchner tocó los límites de su resistencia física y de su larga carrera en el comando de la política. Debió imaginar que nunca se iría de la presidencia, porque nunca dejó crecer a ningún delfín auténticamente propio. O eligió mal a los candidatos a sucederla. No tiene ninguno. Sólo le queda Daniel Scioli, un político que la seduce más por su indulgencia que por su ideología. El conflicto de la Presidenta podría consistir en que Massa no la dejaría elegir ni siquiera a un heredero que nunca quiso demasiado. Scioli no es Scioli sólo cuando en el camino se le cruza Massa. De hecho, dijo que no tenía por qué llamarlo al candidato opositor (y no lo llamó) cuando Massa sufrió una agresión física en La Matanza. Cristina y Scioli coinciden en algo, tal por primera vez: los dos sospechan que Massa podría derrumbarles cualquier proyecto de poder o de cierta continuidad en el poder.

El peronismo se inquieta. ¿Qué significaría la división del voto peronista? ¿No abriría, acaso, una grieta en el electorado por la que se podrían colar Mauricio Macri, Julio Cobos o Hermes Binner? ¿No podrían éstos empujarlo al peronismo a una segunda vuelta? ¿El peronismo ganaría una segunda vuelta en las próximas presidenciales? ¿No se agravaría todo si el cristinismo lanzara a un tercer candidato peronista, el gobernador entrerriano, Sergio Uribarri? Varios dirigentes importantes del peronismo se sorprendieron en los últimos tiempos cuando vieron en las encuestas una incipiente fatiga de la sociedad con el peronismo. Llevamos gobernando 20 años y el país no estuvo ni está bien. Podemos perder la segunda vuelta, reconoció, dramático, uno de esos dirigentes. Macri viene hablando desde hace mucho tiempo de encuestas parecidas. 

Para aquellos peronistas, la única solución posible sería una elección interna, que incluyera a Scioli y a Massa, para unificar la oferta justicialista.
Imposible. Scioli no quiere oír hablar de eso, por ahora al menos. Massa rechaza de plano la idea. Nunca iré a una interna en el Partido Justicialista, asegura. ¿Cómo evitar entonces la partición del voto peronista? Scioli cree en la resurrección del Partido Justicialista, luego de una interna atractiva y de una propuesta mejor que la actual. Es fe, y eso no se explica. Massa eligió el camino opuesto. Nada de pejotismo. Una gran coalición multipartidaria, propone. Prefiere a los dirigentes jóvenes en lugar de los gobernadores peronistas. Es herejía pura. Los gobernadores han sido siempre los eternos santones del peronismo. Serán casi todos perdedores e inservibles, pronostica Massa, irreverente.

Massa prefiere como socios a dirigentes que renueven generacionalmente la política. Piensa en eso hasta cuando baraja nombres de eventuales candidatos a vicepresidente. La adscripción partidaria es el último dato que tiene en cuenta, si es que lo tiene en cuenta. Ha hecho dos excepciones: Roberto Lavagna y Carlos Reutemann. Quiere contar con ellos ahora, durante la campaña presidencial y en un eventual mandato suyo como presidente. Es cierto que Reutemann y Lavagna pertenecen a una generación mayor que la de Massa, pero son dos políticos respetados por amplios sectores sociales, más allá de sus pertenencias partidarias. 

Lavagna lo acompañó desde el comienzo. Reutemann parece convencido de que el futuro es de Massa. Ninguno de los dos es un político pródigo en dar apoyos electorales. Ahora, los dos se dicen dispuestos a ser los parteros de un nuevo ciclo político.

Cerca de Scioli aseguran que la derrota del kirchnerismo en su provincia terminó beneficiándolo. Tiene un margen más amplio para definirse y para exponerse. La enfermedad de la Presidenta lo colocó, además, en el lugar de la figura política más importante del poder. Scioli confía en la simpatía de los gobernadores peronistas, que sienten más afinidad con él que con Massa. Sólo lo preocupa, más de lo que parece, la suerte del gobierno de Cristina Kirchner. Será, de algún modo, su propia suerte.
El alcalde de Tigre elige, en cambio, rodearse de intendentes jóvenes. Una prueba de esa elección la dio en Córdoba. Fue a esa provincia y no se esforzó por reunirse con José Manuel de la Sota, a quien al final no vio. De la Sota nunca se lo perdonó. 

El gobernador cordobés le respondió ratificando su respaldo a la candidatura bonaerense de Francisco de Narváez. Pero Massa acomodó su agenda para poder hablar largamente con el intendente de la capital de Córdoba, el radical Ramón Mestre. Massa y Mestre tienen la misma edad, 41 años, y son amigos. Los dos nacieron en 1972. Mestre fue senador nacional por el radicalismo cuando tenía apenas 33 años y es tan reacio como Massa a las viejas prácticas, y a los viejos debates, de su partido.

Massa pertenece a una generación posdictadura. Tenía 10 años cuando los militares se fueron del poder. Esa generación descubrió la vida en democracia. Vivió en tiempos absolutamente democráticos. Las categorías políticas de los años 70 no le dicen nada. La izquierda y la derecha, el progresismo o el liberalismo, son sólo ideas. El combate setentista de las armas es prehistoria para ellos. Son políticos prácticos más que ideológicos. La permanente alusión a la "gestión" es una refutación al reino de las ideologías. Sirve lo que sirve. Las cosas inútiles son una pérdida de tiempo. Una mayoría social parece dispuesta a seguir ese nuevo estilo, tal vez saturada de tanta retórica ideológica, de tanto pasado habitando el presente.

Massa no tiene miedo a la edad, inusualmente joven para las costumbres argentinas. Hizo una lista con los ejemplos en el mundo. Kennedy, Clinton y Obama llegaron al poder con poco más de 40 años. En España, desde Felipe González hasta Rodríguez Zapatero, todos accedieron al poder con esa edad. ¿Aceptarán los argentinos ese cambio radical en la condición etaria de sus gobernantes? La gente me pide que sea presidente, responde Massa.

Macri, Cobos y Binner ven la grieta peronista. ¿Entrará uno de ellos? Scioli cree que los argentinos elegirán siempre a un peronista para que los saque del zafarrancho en el que los metió el peronismo. Massa confía en que una fórmula multipartidaria, con el apoyo de Lavagna y de Reutemann, será invencible. Todos ellos (Massa, Scioli, Macri, Cobos o Binner) están siendo preseleccionados por la sociedad. Uno de ellos será seguramente el próximo presidente. Es el futuro que tiene los rasgos del antikirchnerismo, virtual o explícito. Un futuro muy distinto, como se ve, del que imaginó la Presidenta enferma.

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