miércoles, 20 de noviembre de 2013

Kicillof, un hijo político a imagen y semejanza de Cristina



Por   | Para LA NACION

 
Si la enfermedad de la Presidenta provocó un reposicionamiento de La Cámpora dentro del esquema de poder K, su recuperación consolidó el avance de la agrupación liderada por su hijo Máximo, que había sido corrida estratégicamente de la escena por ella misma, mientras duró la campaña electoral. Con la designación de Axel Kicillof al frente de Economía, sin embargo, Cristina demostró que al tope de sus preferencias siguen estando sus hijos políticos, además de los biológicos, los únicos en los cuales ella confía, sobre todo en tiempos de fragilidad física y política.

El nuevo ministro de Economía, un área que no es precisamente el fuerte de Cristina, como sí lo era para Néstor Kirchner, simboliza dos valores supremos en la escala cristinista: fidelidad y radicalización. Axel es el hijo que a Cristina le hubiera gustado tener: universitario, gritón, ambicioso, soberbio, inteligente, áspero. Como suele decir un ex ministro y hombre clave al lado de la Presidenta: "A Cristina le hubiera encantado tener un hijo más intelectual. Adora a Máximo, que es buen pibe, pero si le das una planilla Excel, no la sabe leer". Proveniente de la izquierda dura, Kicillof es poco -o nada- proclive a la negociación, a la búsqueda de consensos. A la política, en definitiva, entendida como el arte de armonizar intereses en pugna. Su formación es neokeynesiana y marxista, y tiene la convicción de que ejercer el poder es la imposición de una doctrina; o de un "modelo", en su caso.

Gritón, ambicioso, soberbio, inteligente y áspero

Quien hoy promueve puertas adentro del Gobierno un desdoblamiento cambiario para el turismo y los bienes de lujo, veraneó toda su vida en Punta del Este, con su familia nuclear. Nació en el seno de una típica familia judía -es el hijo del medio, de tres hermanos-, con sesgo progresista y antiperonista. Su padre, Daniel Kicillof, quien falleció hace años, era psicoanalista. Su madre, Nora Barenstein, es una psicóloga especializada en temas de infancia. Igual que sus hermanos, Axel es ex alumno del colegio de la elite porteña, el Nacional Buenos Aires. Con 42 años, está casado con una doctora en Letras, Soledad Quereilhac, que es madre de sus dos hijos pequeños.

Cuando estudiaba Economía en la UBA -allí fundó la agrupación de izquierda independiente Tontos pero no Tanto, durante la década del 90 - solía llamar peyorativamente "politiquitos" a los socialistas que peleaban en las elecciones del centro de estudiantes. En cada elección, y para chicanear al resto de las agrupaciones, que pertenecían a los partidos tradicionales, se paraba en la puerta de Económicas con una bolsa de caramelos y ofrecía, en broma, un intercambio: "un caramelo por un voto".

Kicillof asume con un equipo económico anclado en el ideario de los economistas de TNT, que creían y creen en que el Estado debe marcarle la cancha al capitalismo, a modo de una nueva "utopía revolucionaria". Es que Kicillof nunca fue, en verdad, de La Cámpora. Sus rivales internos dentro del gobierno -y muchos, incluso, dentro de La Cámpora- lo acusan de haber usado el paraguas de la agrupación política del hijo presidencial para ascender posiciones dentro del Gobierno, e influir al lado de Cristina. De hecho, con Kirchner en vida, Axel no frecuentaba las reuniones de la organización. Como fuere, Kicillof se adaptó a la lógica del poder mucho mejor y más rápido que otros jóvenes del kirchnerismo, que también venían de la izquierda universitaria.

En una carrera vertiginosa, este doctor en Economía, ha sido el respaldo de la Presidenta a la hora de decidir la mayor expropiación de la historia argentina: el regreso de YPF al control del Estado. Kicillof la asesoró, contribuyó al proyecto y ha sido el claro cerebro económico en las sombras de aquel impactante traspaso.

Es un economista formado en la academia con modales duros, ideal para profundizar una "revolución" nacional que sólo existe en el imaginario de Cristina y sus muchachos

A imagen y semejanza de su jefa, es proclive a las teorías conspirativas, habituado a las frases hirientes, entrenado en detectar "intereses" malsanos en todos los asuntos que se dirimen. Es un convencido de que los empresarios son sospechosos por naturaleza. Se trata, claro, del mismo universo de ideas compartido por Cristina.

Un diplomático de un país limítrofe que lo trató hace unos meses, describe muy bien la dinámica entre la vieja y la nueva guardia en el Gobierno, enfocándose a Kicillof: "Mientras yo le hablaba del problema que me había llevado hasta su despacho, Kicillof mantenía la vista fija en unos papeles de su escritorio, mientras hacía números mordiendo la lapicera como un niño. Es tajante, duro, te penetra con la mirada calibrándote, como si fueras sospechoso de algo. Difícilmente tiene algún gesto de cercanía en la negociación. De Vido, en cambio, cada vez que me ve, me abraza y me llama 'hermano', aunque sé muy bien que, si al día siguiente, me lo cruzara por azar en alguna reunión seguiría de largo porque, en verdad, no tiene la menor idea de quién soy".

La economía era un área que, mientras Kirchner vivió, manejó personal y directamente, independientemente de que formalmente existiera un ministro, del que nunca recordábamos del nombre. La primera vez que existió de verdad un ministro para esa cartera, cara para los Kirchner, fue con Kicillof, quien, a pesar de Lorenzino, ya era ministro siendo viceministro. En una palabra, el nuevo titular de Economía, una suerte de revival carilindo de Cavallo, es un economista formado en la academia con modales duros, ideal para profundizar una "revolución" nacional que sólo existe en el imaginario de Cristina y sus muchachos

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