lunes, 27 de enero de 2014

Hay que salir al rescate de la nación






Por   | Para LA NACION


En esta hora incierta, con un gobierno sin soluciones, sin respuesta ante la caída inflacionaria, la pérdida de reservas, la pobreza y la angustia, se percibe la perplejidad de un pueblo que siente el peligro de la anarquía, esa acefalía que transformó a diciembre -otro diciembre más- en "el más cruel" que probablemente recordará esta generación. El desamparo de Córdoba se repitió en la larga noche de terror de Tucumán. Con estas experiencias precedentes y el fracaso económico incontrolable desde la obstinación ideológica y el resentimiento gubernamental, ¿se puede imaginar que la Argentina logrará soportar el calendario electoral con semejante ineptitud? La sociedad siente que sería ilusorio. 
 

Siente que urge un inmediato arranque programático conjunto, de pueblo y dirigencia, como ocurrió a partir de enero de 2002. Es inexplicable y ya irritante que la Presidenta y el kirchnerismo no reconozcan el punto de devastación alcanzado.

Diciembre concentró los horrores. Esos barrios a oscuras, esa clase media en las calles de la noche caliente, iluminándose con hogueras . La dignidad de esos silenciosos constructores de vida cotidiana con sus hijos, reclamando agua y asistencia para los ancianos inmovilizados en sus departamentos. Se evidenció el estado de la infraestructura saqueada por la corrupción. Este diciembre significará para nosotros el abismo sin más allá posible. 

De algún modo se quebró el pacto de resignación de pueblo y políticos que alcanzaron el muro de una oprobiosa etapa argentina. Eclipse humano en noche sin luna. Ancianos inválidos sin que se atine a crear grupos de asistencia juvenil (usar La Cámpora, por ejemplo, o llamar a los jefes de mesa de elecciones, o a estudiantes de medicina). Nadie imagina nada. Nadie enfrenta la realidad con coraje. No dan cara al horror ni al dolor. Mientras tanto las barriadas respondían con su solidaridad ejemplar, transformando el justo rencor en ayuda.

En esa noche caliente tuve una experiencia personal definitiva. La electricidad en mi casa sólo alcanzaba para hacer funcionar el televisor y un ventilador. La noche trágica coincidía con el festejo de los "treinta años de democracia" (sic). En algún momento apareció en pantalla el tinglado levantado en la Plaza de Mayo, iluminado como un ring en noche de campeonato mundial, con un conjunto de disparatados bailarines. Mucho tamboril de candombe. Contorsiones frenéticas. El Gobierno ejecutaba un solo de danza, golpeaba tambores, agitaba una especie de matraca.

¿Nadie le había informado sobre los nueve muertos (que parece que eran más) ni sobre lo que estaba pasando en los barrios a oscuras? El teléfono sonó y volvió la voz de mi querido pariente tucumano, historiador, joven fiscal, que me contaba que habían formado una patrulla de vecinos. Le habían prestado una escopeta, su mujer y sus hijos encerrados, como con alarma de malón. "Estamos patrullando. Cerca de aquí entraron en casas. Dicen que hay una docena de muertos, pero que son muchos más. Sólo los periodistas de La Gaceta informan, el gobernador cerró todos los canales informativos."

Esas dos realidades superaban el surrealismo y me hundían en un sentimiento de profundo absurdo ante la imagen y la realidad de nuestro país. El Gobierno había bailado su réquiem con ritmo de cumbia villera. Había confundido una noche de velorio con un cumpleaños.

La historia muestra que es en el desastre donde crece lo que salva. En la Argentina se quebró el pacto de resignación (y de impunidad). Aunque aún se conservan frívolos personalismos presidencialistas, surge una movilización importante. ¿Hasta cuándo se puede soportar que en nombre de la democracia se puede hacer naufragar un país lleno de voluntad y posibilidades de bienestar frustradas? Democracia es en esencia diálogo y convergencias superadoras, justamente lo opuesto al autoritarismo. Por lógica serían la Presidenta y el kirchnerismo los que tendrían que proponer y alentar soluciones. 

Es la Nación Argentina, en franca decadencia, la que debe concentrar todos los objetivos políticos, gremiales, empresariales e intelectuales para responder a la caída educacional, moral, económica, patriótica, laboral y de seguridad. La Presidenta y su partido no pueden confundir su obligación de servicio con la equivocada política amigo-enemigo inventada en 1932 para la revolución fascista y difundida como factor de ruptura que transforma al adversario en hostes (enemigo) intratable.

Los dirigentes políticos del Gobierno y de la oposición deben convocarse con su pueblo en la gran causa de la recuperación nacional como tarea de todos. El lenguaje de esta dirigencia es escaso, desanimado, inmediato. Falta salir a las calles con voluntad de unirnos y reclamar detrás de la imperativa causa de la recuperación argentina en todos los espacios de su caída. (Casi podríamos repetir la lacónica síntesis de De Gaulle en la Francia desmoralizada de la posguerra: "Una nación es una cultura, una moneda, un ejército".)

Estos tres factores son también nuestra enfermedad y el peligro de hoy. Ya predominan un centro amplio de justicialistas y sus múltiples aliados, y un fuerte factor socialista y socialdemócrata con centro en Santa Fe, con aporte del radicalismo. Dos evidencias parecen movilizar a la melancólica oposición: la conciencia, aunque demorada, de la voluntad expresada en las elecciones de octubre y la comprensión de que el país está intacto en su poderío productivo, que los mercados siguen abiertos, esperándonos. Si el Gobierno lograse abandonar su política de resentimiento erga omnes, para entregarse desde ahora a la política de razón y de acumulación de capital, en pocos meses tendríamos una reacción de confianza como la de 2002. Sabemos que tenemos importantes reservas energéticas para recomponer la demolición de este decenio. ¡El horizonte agrario puede crecer el 50% en un quinquenio!

Las provincias se encaminan a una liga de gobernadores e intendentes. Pese a la Constitución de 1984, necesitan poner en vigor el federalismo traicionado en esta larga etapa de preferencias y exclusiones. Hay que pensar en grande, sin cálculos menores de políticos que quieren el poder sin saber el para qué de tanta ambición. Pensar en La Grande Argentina lugoneana. Es el momento de convocar con coraje y patriotismo. Como se lo propuso la generación del 80. Se trata de transformar el fin de la noche en otro momento de luz. El país está entero en su voluntad de vida y pasión de ser y hacer. Si se lo llama con la voz necesaria, se encenderá como pajonal reseco.

 La Argentina añora otra cabalgata para ser lo que siente que fue y poder serlo de nuevo. No queremos pasar a la historia preguntando por la hemorragia de las reservas. Queremos un momento de alivio en la imaginación y en la valentía. Perdimos años, pero el horizonte político mundial nos sigue siendo favorable. Nos olvidaremos de este eclipse si tenemos la voluntad para recuperar estos años con la pasión y el entusiasmo de quienes, si se animan, podrían ser recordados históricamente como la generación "del Renacimiento de aquel año 2014".

© LA NACION

N de R La Misère Porc:

Prestar mucha atención. Excelente nota.

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