viernes, 24 de enero de 2014

La destrucción de nuestra moneda




Editorial I

Hoy basta con comprobar el pobre valor adquisitivo del billete de $ 100 para comprender el deterioro provocado por el descontrol fiscal y monetario en el país.

No hace falta ser economista para comprender que el Gobierno ha destruido nuestra moneda nacional. Los profesionales de la economía, con toda razón, pueden hacer énfasis en la inutilidad del peso para preservar el ahorro de las familias. Pueden contarnos que el exceso de emisión ha elevado la tasa de inflación por encima ya del 30 por ciento. Y pueden explicar al público general que, en esas condiciones, es muy difícil que la economía pueda crecer, generar empleo y proveer de bienestar a la población. Sin embargo, no hace falta ser un profesional para comprender el problema. Alcanza con observar nuestro billete de máxima denominación, el de cien pesos, para comprender hasta dónde ha llegado el deterioro provocado por el descontrol fiscal y monetario de nuestro país.

En América latina, l a Argentina sólo es superada por Venezuela en cuanto a pobreza de la capacidad de compra de su billete de máxima denominación. En Venezuela, tal billete es el de 100 Bolívares Fuertes que, al tipo de cambio paralelo de ese país, cotiza a apenas un dólar con cuarenta centavos. Debemos sentirnos afortunados: en la Argentina, nuestro billete de máximo valor, el de 100 pesos, alcanza para obtener unos US$ 8. Y, a partir de allí, en Paraguay el valor equivale a US$ 22; en Colombia, a US$ 25; en Bolivia, a US$ 29; en Chile, a US$ 36, y en Perú, México y Uruguay, los valores van desde los US$ 70 hasta los US$ 90. Para que el valor de nuestra moneda se asemejase a los US$ 25 de equivalencia a otras monedas de la región deberíamos retrotraernos hasta 2011, ya que, luego de implantado el cepo cambiario, se aceleró el derrumbe del valor de nuestro signo monetario.

Tener un billete de máxima denominación con un poder adquisitivo tan bajo envuelve varios problemas. Cada operación en efectivo implica el transporte de una cantidad extravagante de billetes, lo cual torna engorrosas y peligrosas por la inseguridad creciente las operaciones cotidianas. Especialmente, para los ciudadanos comunes que suelen contar los billetes en vez de pesarlos, práctica habitual entre algunos amigos del poder de la que hemos tomado conocimiento recientemente. También, el abastecimiento de efectivo por parte de los cajeros automáticos se vuelve dificultoso.

 Debido a que tienen una capacidad limitada de almacenar billetes, su baja denominación provoca una escasa capacidad de abastecimiento para la población en términos del dinero que ésta necesita extraer. Si los precios suben a un ritmo de 30% anual y los billetes de máxima denominación se mantienen sin cambios, la capacidad de cada cajero en términos de la cantidad de bienes y servicios que se negocian en la economía disminuye también a un ritmo de 30 por ciento.

Al bajar la capacidad de compra de los billetes de máxima denominación, el uso eficiente de los cajeros, de los tesoros de los bancos y de las propias billeteras provoca el desplazamiento hacia el uso único del billete de mayor poder de compra. Así, se verifica la extraña paradoja de que, aun cuando nuestro billete de 100 pesos equivale a sólo 8 dólares, es difícil conseguir cambio para éstos cuando se efectúan operaciones tan sencillas como comprar en un quiosco o tomar un taxi.

Como con la falsificación de los índices de precios, nuestras autoridades piensan que, ocultando el problema, éste desaparece. Consideran probablemente que evitando poner en circulación billetes de 200, 500 o 1000 pesos es más fácil sostener la política de negación de la inflación. Como hemos visto recientemente con los violentos movimientos del dólar contra el peso en el mercado local, negar los problemas no conduce a nada. Y, así como el ocultamiento de la inflación terminó por derrumbar el valor de nuestra moneda, la no actualización del valor de nuestros billetes sólo contribuye a volver más tortuosa la vida cotidiana de nuestros sufridos ciudadanos.

Todas estas marchas y contramarchas como los vagos anuncios de ayer sólo acrecientan la incertidumbre y reflejan con lamentable contundencia el grado de mala praxis en materia económica ejercido por nuestras autoridades.

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