domingo, 23 de febrero de 2014

Los accidentes que no son




23-02-2013



- Por Gabriela Pousa -

Es verdad que Cristina Kirchner ha venido venciendo límites desde hace unos cuantos años. A pesar de ello, el costo político pudo ser manejado sutilmente mediante artilugios varios: un aparato comunicacional bien aceitado y la indiscutida capacidad para imponer la agenda. Sin embargo, la Presidente ha cruzado uno de esos límites infranqueables, y al hacerlo se ha encontrado con un campo minado.

Una cosa es ensuciarse las manos con fondos del erario público, pactos vergonzosos, decretos, declaraciones juradas adulteradas, etc., y otra muy distinta es ensuciárselas con sangre. Por más que esta ceca rápido, como se ha podido comprobar un sinfín de veces en la Argentina, la mancha no se quita.

Convengamos que no hay maniobras ni especulaciones de ningún tipo para distraer a aquellos cuyo ADN concuerda con los muertos que va dejando la gestión kirchnerista.
Es posible que algunos sectores sociales, amparados en ese peculiar ‘mecanismo de defensa’ que a muchos les hace creer que todo lo malo sucede a los demás, puedan desentenderse del tema pero no del todo. Basta, como hemos observado, una fecha simbólica, un aniversario, para entender que de nada sirve el “eso a mí no me pasa“. 


Porque tamaña afirmación puede esfumarse en décimas de segundos. Y entonces es menester cambiar la vana creencia por la interrogación correcta: ¿Por qué a mí no?
En esta jungla sin moral ni reglas estamos todos de igual manera: expuestos a esos accidentes que no son. Un accidente es que un fenómeno meteorológico provoque un alud y arrase con un esquiador, que un automovilista sufra un paro cardíaco repentino y pierda el control del vehículo, o que un rayo fulmine a un hombre en medio del campo.
En la Argentina de los eufemismos, se está llamando “accidentes” a hechos absolutamente previsibles y evitables. Si los trenes datan de tiempos inmemoriales y no se supervisan, si la plata de subsidios se esfuma en despachos de funcionarios, si no hay presupuesto para las FFAA, ni se presta atención a informes de auditoria que presagian, no hablemos de accidentes. Hablemos de masacres o tragedias con autoría. Ejemplos hay innumerables. Trataré de mencionar algunos que ilustren lo dicho.

En Noviembre de 2009, la familia Pomar “desapareció” como por arte de magia. Desde el Estado aseguraban que se habían llevado a cabo todos los rastrillajes, sin éxito (no es raro el Estado fracasando) Se llegó a decir que habían huido porque era gente involucrada en negocios turbios (convengamos que si fuera por eso, quedaría acéfalo el gobierno) Al tiempo, un tiempo que siempre es eterno para los familiares, apareció el auto volcado con sus 4 integrantes muertos. Ahí habían rastrillado, dijeron. En rigor, sólo dijeron.

Cualquiera podría sostener que fue culpa del conductor porque se durmió o iba a exceso de velocidad, etc. Y es probable que así sucediera, pero los peritajes en el lugar donde fueron hallados dan cuenta que hubo sobrevida tras el vuelco. La pregunta entonces es obvia: ¿Cómo se busca gente perdida en Argentina? 

Cromagnon tampoco fue un accidente, 194 chicos no murieron por un repentino alud de nieve, ni por un rayo que partió el techo. Ni siquiera la voladura de la AMIA ha sido un hecho ajeno al gobierno si convenimos que hay más menemistas en esta administración que los que hubo incluso durante el menemismo… ¿Qué hacía y hace la Secretaría de Inteligencia además de pinchar teléfonos o correos de opositores y gente que simplemente piensa distinto? Lo cierto es que ahí están, hace 19 años, los 85 muertos esperando una respuesta que no llega. Por el contrario, quieren volver a enterrarlos año tras año. 

Podría incluirse en la nomina una cantidad insólita de pilotos muertos en caídas de aviones militares o civiles sin ningún tipo de auditoría, y también a los operarios de yacimientos petroleros y mineros que terminaron aplastados por desmoronamientos, o electrificados “por causas no establecidas”.
Lamentablemente nunca se sabe luego que dictaminó la Junta de Investigaciones. El fatídico “se llegará hasta las últimas consecuencias” parece ser un sino en este suelo, cuando se lo escucha de boca de algún funcionario o ministro, el pueblo ya sabe que no habrá resultados concretos.
Las 52 víctimas de Once no escapan a esto. Lo grave es que estas tragedias sucedieron y pueden volver a suceder en cualquier momento porque nada se ha hecho al respecto. ¿Hay acaso control exhaustivo de boliches así como de fronteras para evitar accesos de terroristas extranjeros? No. No hay ni equipos capaces de organizar rescates sin agravar consecuencias ni borrar datos necesarios para peritajes específicos. 

Siempre se altera la escena, y es inútil dilucidar qué pudo haber sucedido realmente en ella.
Como si esto fuese poco, hay también un calvario esperando a los familiares. Estos no sólo pierden seres queridos sino que además son sometidos a salvajes rutinas para la búsqueda y reconocimiento de los cuerpos. Hay padres que han estado más de 24 horas recorriendo hospitales y morgues, otros que luego se han dejado morir frente al desgarro y la desidia producida tras los hechos.

La conducta de la Presidente cuando sucede este tipo de acontecimientos no coopera, agrava el problema. Es probable que el peso de su conciencia la aleje de estos escenarios y la enmudezca. Las comparaciones son siempre odiosas pero las diferencias entre Cristina Fernández y sus pares de la región, para no irnos más lejos, son abismales.

Recuérdese a Sebastián Piñera pasando la noche entera mientras se rescataban a los mineros de San José, atrapados allá por agosto de 2010. Estamos de acuerdo: no pudo evitar el hecho, pero no omitió un compromiso intrínseco asumido desde el mismo momento en que se llega a la Presidencia.
Lo extraño de Cristina Kirchner es que ni siquiera parece poder reconocer el rédito político que otorga un gesto, una presencia en tiempos de zozobra y pena. El mandatario chileno aumentó considerablemente su popularidad tras recibir a cada uno de los trabajadores de la mina, a medida que iban saliendo. Ella está más allá de lo que piensen los demás (no en todo momento, desde ya)
Similar conducta tuvo Dilma Rousseff cuando se produjo un incendio parecido al de Cromagnon en Santa Maria, al sur de Brasil. La presidente brasileña, al enterarse de la tragedia, suspendió su agenda en Chile, en donde participaba en la cumbre Celac-UE, para viajar inmediatamente a acompañar a los familiares de las víctimas.

A fines de 2012, el mismísimo Barack Obama viajó a Newtown donde un desquiciado abrió fuego contra alumnos y maestros de un establecimiento educativo. Lo hizo con el único fin de manifestar su solidaridad para con los padres de esos chicos. Horas después, realizó una severa autocrítica a su gestión por no haber hecho lo suficiente para impedir la proliferación de armas en la población.

Cuando en Agosto de 2004, se produjo el incendio de un supermercado paraguayo dejando más de 200 muertos, el entonces presidente Nicanor Duarte llegó al lugar para verificar el trabajo de los servicios de emergencia y emitir su pésame.

Ni Piñera, ni Rousseff, ni Obama, ni Duarte son héroes por eso. Simplemente obraron acorde a su investidura. Ahora bien, ¿cómo se respeta la investidura de una presidente que huye de sus compromisos y se aleja en todo momento de la gente? Sólo se la ve junto a militantes en inauguraciones, o en la Casa de Gobierno cuando convoca para sus habituales oratorias.

La brecha entre ésta y la gente es cada vez más inmensa. Es entendible, sin embargo, que no se haya hecho presente el pasado viernes en Plaza de Mayo para sumarse al homenaje con motivo del aniversario de Once. Ya es tarde. Su presencia ahora no sólo no ayuda sino que generaría reacciones virulentas.

Lo paradójico es que, de todos los mandatarios mencionados, Cristina únicamente es quién ha dicho hasta el cansancio que su rol no es sino el de ser “la primera ciudadana“. A juzgar por su comportamiento, única ciudadana de un país que sólo existe en su imaginería, pero no de Argentina.
Es probable que la presidente no sepa asumir situaciones conflictivas o se vea superada por las mismas, en ese caso podría hacerse presente a través de una cadena nacional a las que es tan adicta, pero tampoco. La cadena nacional solo es para enumerar los logros de su administración y la de su antecesor, y vapulear a cualquiera que se haya manifestado en disidencia al modelo.
Lamentablemente, en este país el Estado Nacional no otorga ningún tipo de amparo a víctimas, no de accidentes sino de su propia desidia. Por el contrario, es como si desde el gobierno arrojarán ácido a las heridas. Rechazan toda responsabilidad y se refugian en la impunidad de cargos y de consciencias (o inconsciencias) Tiran la piedra y esconden la mano… Son cómplices de asesinato por omisión sino por acto.

En síntesis, ni el Estado da señales de vida, a no ser que se trate de intervenir en la economía, ni la presidente hace lo que debe o se supone debería hacer. La causa para que así sea no parece ser otra que la cobardía, pues en ellos recae principalmente la culpa de todas esas muertes. Sólo así se explica. 

Una pregunta políticamente incorrecta: ¿Por cuánto menos renunció De La Rua a la presidencia? Debería darnos vergüenza. 

Posiblemente, la mandataria seguirá sorteando costos políticos por su incompetencia generalizada, pero hay un antes y un después (o lo debería haber) de la masacre de Once, no sólo por no acudir sino por insultar con su soberbia a las familias de las víctimas.

Cristina Kirchner debe saber que ya no hay forma de deshacerse de la sangre y los muertos que carga sobre su espalda. Si no es en la tierra, en otro lado eso, inexorablemente se paga. 

Gabriela Pousa

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