domingo, 20 de abril de 2014

El giro económico del gobierno cambia el escenario electoral

 
 
 
 
 abril 20, 2014
 
 
 
 
 
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Los tiempos marcan inexorablemente la reconfiguración del escenario político. El equipo económico de Sergio Massa evalúa, por ejemplo, que a partir del tercer trimestre se hará sentir la escasez de dólares y recrudecerían las tensiones cambiarias junto con las sociales. Pero esta etapa de riesgo para el gobierno estaría compensada por la inminencia de la campaña electoral. A partir de enero, el país estaría en campaña y la evolución de la economía tendría un rol condicionado por la disputa electoral. Sutilmente, el grueso de la comunicación social esta dando un giro en la definición del escenario político. Una buena parte del periodismo político -y sobre todo del Grupo Clarín- empieza a plantear que la opción en las urnas en el 2015 no sería entre dos candidatos peronistas sino entre uno de este origen y una gran coalición de centro izquierda, el Frente Amplio-UNEN que podría tal vez acordar que Mauricio Macri sea su candidato a presidente. 

Coincidentemente, la última encuesta de Poliarquía, sumando de un lado los votos de Scioli y Massa y del otro los de Macri, Carrió, Binner y Cobos, pone en evidencia que el voto peronista ya estaría debajo del 50% del total. Un cuadro muy distinto al del 2011, cuando entre el Frente para la Victoria, Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá sumaban alrededor del 65% de los votos.

Estos indicadores son seguidos muy de cerca por sectores del establishment y de la comunidad financiera internacional que empiezan a tener seriamente en cuenta que cada vez es más factible un gobierno no peronista, sobre todo teniendo en cuenta que, en los últimos 25 años el PJ gobernó 23 y la UCR apenas dos años.

Este cambio de clima es acompañado por el brusco descenso en las encuestas de Dilma Rousseff para las presidenciales del 5 de octubre, un rumbo que podrá cambiar si el seleccionado de ese país se queda con el título en el Mundial.

Los problemas del peronismo van mucho más allá de las fronteras del kirchnerismo. El único dirigente que planteó la renovación como bandera, Sergio Massa, se encuentra atrapado en un problema de doble legitimidad. Por un lado representa, en forma similar a Macri, a los que aspiran a una nueva política, menos dependiente de los aparatos de poder del PJ, incluyendo obviamente a la CGT. Pero por el otro Massa no puede evitar que Luis Barrionuevo, Alberto Fernández, Raúl Othacehé y Felipe Solá, se proclamen a diario como sus adláteres. Esto le abre un flanco que, explotado mediáticamente en el momento oportuno, le puede costar unos cuantos puntos. 

Podrían atacarlo acusándolo de dirigir una mega operación de blanqueo de la vieja dirigencia kirchnerista. Lo más fresco de Massa son sus intendentes, pero a estos les cuesta manejar los hilos de la política nacional. Si el no peronismo crece, el massismo puede sufrir las consecuencias en la medida en que no privilegie su ruptura con el pasado kirchnerista.

Los juegos abiertos

 

Este deslizamiento de las clases medias urbanas y el opacamiento político del peronismo parece marcarle el camino a CFK. No es casual que Domingo Cavallo haya salido a bendecir el proyecto de reducción de los aportes patronales y a señalar que, en general, el rumbo económico del gobierno es correcto. La agitación del frente gremial liderado por Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli no parece exponerlo al gobierno a graves riesgos. Ni Scioli ni Massa estarían dispuestos a ocupar el rol de aliados de una ofensiva gremial que choca contra una corrección del rumbo económico bendecida por los mercados internacionales.

Asi es que el sindicalismo anti K parece semiaislado y corrido por izquierda por el avance del Partido Obrero, que se proyecta como la nueva gran fuerza de izquierda, a medida que el gobierno va arriando las banderas guevaristas y se sumerge en la realpolitik.

Los hechos van entonces delineándole a la presidente sus posibilidades, las de ser jefa de la oposición a partir del 2015 si consigue retener el control de una masa importante de legisladores, gobernadores e intendentes peronistas y el Frente para la Victoria arrima a un ballotage.

Que haya segunda vuelta parece seguro pero de ningún modo lo es. Si en las primarias, algún candidato consiguiera una diferencia importante sobre el resto, por ejemplo 12 a 15 puntos, podría ocurrir que la primera vuelta se convierta en una segunda vuelta. De ser así, el electorado podría volcarse masivamente al ganador de las PASO llevándolo por encima del 40% y cerrando la posibilidad del ballotage. Para evitar esto, el gobierno, dueño de las reglas de juego electorales, debería tratar de asegurarse una enorme fragmentación del voto en las PASO. Esto se lograría a través del montaje de varias primarias altamente atractivas como Scioli vs. Urribarri, Macri vs.

 Cobos y Binner, Massa vs. De La Sota, etc. Todo esto más algún candidato peronista disidente más (¿Rodríguez Saá?) y la primaria del Partido Obrero Con semejante variedad de oferta, el cristinismo confía en que nadie pasará del 22-24 por ciento y que el Frente para la Victoria, podría llegar en buenas condiciones a la primera vuelta. Allí doblegaría a las demás formulas haciendo uso de su principal ventaja: su enorme capacidad económica y el uso indiscriminado del aparato del Estado. Encima y como ya lo anticipamos, CFK podría colarse en la elección encabezando la boleta para parlamentarios del Mercosur.

Los que viven atormentados por las sospechas son Scioli, los gobernadores del PJ y los principales intendentes del conurbano. Piensan que la presidente puede preferir que su sucesor no sea peronista -si Macri- para ella conservar el mando e intentar volver en el 2019. Si el massismo les resta votos, la mayor parte de los gobernadores e intendentes del PJ corren el riesgo de perder las elecciones locales. Su válvula de escape, en la mayoría de los casos, sería desdoblar las elecciones locales de las nacionales, para asegurarse su triunfo en el pago chico. De ocurrir esto, el damnificado sería Scioli, que iría a las urnas acompañado por gobernadores cuyos aparatos políticos ya definieron sus intereses y, por lo tanto, no harían mayor esfuerzo por asegurarle el triunfo al bonaerense. Por lo pronto, el 9 del mes entrante, el Congreso Nacional del PJ no lo incluiría a Scioli en la integración del Consejo Nacional y este saldría del paso diciendo que ya tiene bastante con ser gobernador y candidato, no quedándole tiempo para ocuparse del PJ.

Bajo la amenaza de que se desencadene un mani pulite contra la década de corrupción K, la interna peronista ingresó en la etapa del sálvese quien pueda y Cristina, hoy menos que nunca, no parece sentirse obligada en lo más mínimo a jugar el poder que le queda para que el peronismo siga en la Casa Rosada.
 

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