miércoles, 16 de abril de 2014

Milani, el primer uniformado con un rol político desde 1983









Quizá se deba a la permanente certeza de Cristina Kirchner de que un golpe la ace cha. Es probable, sin embargo, que haya prevalecido más la necesidad de apoyarse en un sector del Estado con fuerza activa y eficiente, ahora que ella ha perdido la fuerza electoral. Una mezcla de las dos cosas explicaría lo inexplicable: su resistente alianza con el jefe del Ejército, César Milani , y la incorporación de éste, y del Ejército, a la estrategia política de La Cámpora para hacerse popular en los barrios pobres.

Milani, que es en los hechos el hombre fuerte de los militares argentinos, e s el primer uniformado con un claro rol político desde 1983 . Martín Balza , el conocido jefe del Ejército durante la década del 90, fue más una referencia de los civiles que de los militares, tras su decisión de pedir perdón por los crímenes de la dictadura. El debate de Balza era sobre el pasado. Milani prefiere no mirar el pasado porque teme encontrarse con su propia imagen.

Ése es otro aspecto distintivo entre Balza y Milani. El militar de los años 90, Balza, no fue acusado nunca de violaciones de los derechos humanos. Milani, en cambio, está siendo investigado en La Rioja y Tucumán por detenciones, torturas y la desaparición de un soldado que se encontraba a sus órdenes. Es prematuro asegurar si Milani es culpable o inocente de la desaparición en Tucumán del soldado Alberto Ledo y de las detenciones y torturas de las que se lo acusa en La Rioja, pero es cierto que muchos ex jefes militares están presos con menos pruebas y testimonios que los que pesan sobre el actual jefe del Ejército.

La Presidenta no escucha, ni habla, ni reacciona ante las críticas a Milani. Sólo el ministro de Defensa, Agustín Rossi, que ha llevado la lealtad hasta límites desconocidos, defiende esporádicamente al polémico militar. Milani ha logrado que Cristina creyera en su hipótesis, según la cual los ataques a él son sólo proyectiles destinados a desestabilizar a la Presidenta. ¿Cristina cree realmente en esa teoría? ¿O, como es más probable, prefiere creer? La conversión de Milani en un caudillo militar sólo se explica en lo que no se muestra.

El jefe del Ejército tiene un enorme control del aparato de inteligencia del Estado. Ha crecido considerablemente el presupuesto del Ejército para la compra de armamentos y de sofisticados instrumentos de inteligencia. Milani colocó a oficiales que le son fieles en los servicios de inteligencia de la Armada y de la Fuerza Aérea. El propio jefe del Estado Mayor Conjunto, general Luis Carena, es un amigo de Milani que también hizo su carrera en las oficinas del espionaje militar.

Mapa de la inteligencia

La figura de Milani comenzó a crecer cuando la Presidenta se enojó con los espías de la ex SIDE. No le daban buena información política (lo que es cierto) y, encima, dejaron de influir en importantes despachos judiciales. El rumor señala que los espías civiles se molestaron con Cristina Kirchner cuando ésta firmó el acuerdo con Irán por el que se comprometió a intercambiar información sobre la masacre en la AMIA. Ese intercambio podía exponerlos, dedujeron, o exponer a sus fuentes en el exterior.

Sin embargo, no existe una división tajante entre la ex SIDE y los servicios de inteligencia militares comandados por Milani. El jefe del Ejército se llevó también una parte importante del aparato de inteligencia de la ex SIDE. Ya sea por conveniencia, por seducción o por la incomodidad de encontrarse en el bando perdedor, muchos espías civiles decidieron reportarse ante Milani. La conclusión consiste en que el monumental aparato de inteligencia del Estado, dedicado sobre todo a indagar en la vida de los argentinos, es controlado ahora por Milani. El caso exhibe una notable anomalía política y es, también, una flagrante violación de las leyes de defensa y de seguridad interior, que les prohíben a los militares hacer tareas de inteligencia en el interior del país. Ésta fue una de las primeras decisiones que tomó la democracia en los años 80, con el consenso de peronistas y radicales, para construir otra historia después de la dictadura.

Milani trabaja su papel de caudillo militar. Son habituales las visitas del jefe del Ejército, por ejemplo, a unidades del interior del país. Milani se reúne en esos viajes con todos los oficiales y suboficiales de cada unidad. No los reúne en grupos; prefiere organizar entrevistas personales de pocos minutos de duración. Con un cuaderno en la mano, el jefe militar hace una brevísima introducción y luego le pregunta a su interlocutor sobre sus necesidades y sus problemas. Toma nota de cada pedido y luego responde desde Buenos Aires, por lo general resolviendo los problemas o atenuando las necesidades.

Cristina Kirchner está desandando el camino de la democracia. La política, buena o mala para hacer otras cosas, había logrado en 30 años que los militares fueran un servicio profesional del Estado. Había conseguido, incluso, que los jefes militares más destacados en su función fueran desconocidos para la sociedad. Es lo que sucede en cualquier democracia avanzada del mundo. El caso de Milani no es ni siquiera comparable con los de Venezuela y Ecuador, porque en estos países los militares fueron siempre influyentes. De hecho, el fundador del chavismo, Hugo Chávez, era más un militar que un político. La regresión en la Argentina es, por eso, mucho más grande.

Es en ese contexto en el que deben inscribirse las recientes noticias que dan cuenta de trabajos conjuntos del Ejército con La Cámpora, y con otras organizaciones kirchneristas, en barrios pobres. Desde ya, son perfectamente previsibles y justificables las tareas humanitarias del Ejército en situaciones de catástrofes o de tragedias provocadas por la naturaleza. No existe ahora ninguna de esas condiciones. El Ejército está haciendo trabajos que bien podrían hacer otros organismos del Estado, salvo que éste confiese que ha perdido todas sus capacidades durante la década de mayor estatismo desde 1983. Es más difícil explicar por qué los militares, que fueron formados para la defensa de las fronteras nacionales, terminan haciendo trabajos de albañiles, plomeros o electricistas. El mensaje subyacente es que el Ejército dejó de ser profesional para convertirse en una facción de la política gobernante.

No toda La Cámpora está de acuerdo con la estrecha vinculación de Andrés "Cuervo" Larroque con Milani. Dirigentes más políticos y menos inflexibles han dejado trascender su fastidio con Milani. "Ese militar no me gusta", se oyó decir a uno de ellos hace poco. Pero a Larroque y a la fracción que él lidera dentro de La Cámpora les gusta inspirarse en los ejemplos del pasado, ya remoto. Los atrae, más que cualquier otra cosa, la reconstrucción de una historia setentista, sea con Milani o con quien fuere.

Sucede lo mismo con el caso de Daniel Scioli. También Larroque salió en los últimos días a denostar a Scioli y a decir que nunca será el candidato presidencial de La Cámpora. ¿Quién será su candidato, entonces? Ninguna encuesta señala en las preferencias populares a un dirigente kirchnerista cercano a La Cámpora. Hay unanimidad en esta franja del cristinismo en tomar distancia del gobernador. Scioli tiene con ellos, por ese desafecto, un innegable deber de gratitud. La Cámpora no es una oferta popular en el electorado argentino.

Con todo, hay algunos dirigentes de la agrupación que son más realistas que Larroque y aceptan que, al final y con desgano, Scioli terminará siendo el candidato menos malo del camporismo. Todos reconocen que el final de los buenos tiempos se acerca irremediablemente. No hay una disidencia ideológica entre los dirigentes de La Cámpora. Sólo existen los que quieren tener cierta noción de un futuro político y los que prefieren aferrarse a la nostalgia de lo que pronto habrá sido.

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