viernes, 27 de febrero de 2015

El juez golpista convertido en maestro del derecho



Viernes 27 de febrero de 2015 | 18:10




Por  |  Para LA NACION




El kirchnerismo es binario las veinticuatro horas del día. Eso abarca, desde luego, sus frecuentes opiniones sobre la Justicia. Luego de repetir hasta el cansancio que la Justicia organiza golpes blandos, que un partido judicial ahora suplanta al partido militar, que los fiscales que homenajean a Nisman estuvieron con la dictadura y que los jueces sólo actúan con celeridad cuando tienen que favorecer al enemigo, el kirchnerismo dice que la resolución del juez Rafecas en la que rechazó la imputación de Nisman "es una clase de derecho".
La expresión pertenece al constitucionalista del oficialismo Eduardo Barcesat y va en línea con la algarabía que produjo Rafecas en el gobierno. Para no dejar dudas de cuánto le gustó la resolución judicial, Cristina Kirchner la mandó a traducir al inglés y la subió a Facebook. Eso es lógico después del inmenso eco que tuvo en el mundo la imputación de Nisman. Lo increíble, por su grado de tosquedad, es la falta de matices, el rasgo genético que más distingue al kirchnerismo de las demás fuerzas políticas y que, puesto al desnudo, evoca un extremismo adolescente: los jueces o son golpistas o dan clases de derecho que todo el mundo debería hacer enmarcar. Huelga decirlo, para resultar miserables deben fallar en contra de lo que quiere el Gobierno. Para ser jurisconsultos tienen que fallar a favor.
Hay algo todavía más curioso. Un mismo juez puede ser las dos cosas, no en forma simultánea sino consecutiva. De Rafecas el vicepresidente Amado Boudu dijo en aquella conferencia de prensa trucha (sin preguntas) de la Semana Santa de 2012 que era un juez controlado por Magnetto y un benefactor de narcotraficantes, entre otros defectos que le había descubierto a quien lo estaba investigando por tráfico de influencias y lavado en la toma de control de Ciccone . Lejos de ser un pataleo individual contra el juez que le acababa de allanar su departamento, el vicepresidente probó que su gusto y la posición institucional del gobierno eran una misma cosa.Rafecas fue corrido de la causa junto con el fiscal Rívolo, mientras el gobierno también se llevaba puesto al procurador general Esteban Righi, único sobreviviente lustroso del camporismo real (aunque este detalle pasó inadvertido para los muchachos que tienen a Héctor Cámpora por prócer). Acusado por Boudu de traficar influencias, Righi había sido quien impulsó a Rafecas como juez.
Parece difícil esperar que en su discurso del domingo la Presidenta se queje de la celeridad de este juez hoy ejemplar que la eximió -al menos por ahora- de la imputación por encubrimiento. En otras ocasiones ella explicó que la alta velocidad judicial en un contexto más bien retardatario era motivo de sospecha, pero siempre se refería a fallos o medidas cautelares que le disgustaban.
Quizás Rafecas haya marcado un antes y un después. Por lo menos ya no tendrá actualidad la frase utilizada para promocionar la concentración kirchnerista del próximo domingo, "la democracia no se imputa". Aparte de exhibir una importante enemistad con el castellano, la frase dice algo cierto: la democracia nunca puede ser imputada por la Justicia.
Imputar, según la RAE, es atribuir a alguien la responsabilidad de un hecho reprobable. Y la democracia no es alguien, es un sistema político (tampoco sagrado, lo sacro sólo consigue asiento en las teocracias).
Se sabe, la imputada, hasta el jueves, era Cristina Kirchner. Que no es la democracia ni un sinónimo de democracia, por más méritos personales que la doctora tuviere, sino la persona que desempeña actualmente la presidencia. Ya que hay permiso para flexibilizar el idioma, podría decirse que la Presidenta no se probó inimputable sino que resultó desimputada.

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