Domingo 15 de febrero de
2015 | Publicado en edición impresa
Por Jorge Fernández Díaz | LA NACION
El fantasma de Nisman, tantas veces vejado por sus enemigos, se levantó de su
tumba reciente y ejecutó su jugada suspendida. Su jugada final. El hecho, sin
embargo, sólo entraña gravedad simbólica. Dependerá ahora de la evaluación del
juez y de la energía con que encare la eventual investigación, y en todo caso se
tratará de un proceso largo y escabroso de muy incierto desenlace. Las causas
judiciales de corrupción en la Argentina -a modo de parámetro tardan en
resolverse un promedio de quince años. Y convengamos que este gobierno, experto
en anomalías y malformaciones, no se sonroja ni se conmueve por nada: fue capaz
de seguir adelante sin siquiera despeinarse con un vicepresidente procesado, un
cepo cambiario, un default técnico, una inflación galopante, varios muertos y
trescientos expedientes por irregularidades, cohechos y mal desempeño en
distintos juzgados del país. Diez meses antes de retirarse de Balcarce 50, el
único peligro estriba en que el cristinismo piense en tirar del mantel. Pero no
parece tener resto ni aliento ni aliados para una "salida heroica".
En su
ofuscación y con los números en picada de las encuestas se les pasa por la mente
toda clase de delirios. Por ejemplo, desempolvar a Braden, que huele a alcanfor,
o armar una nueva 125, que los condujo a una derrota electoral de proporciones.
Es cierto que esa "batalla cultural" le permitió recrear su militancia joven,
pero ahora con la secta no alcanza. Si el proyecto unipersonal de Cristina
Kirchner pretende sobrevivir a diciembre y garantizarle influencia y protección,
debe enamorar a muchos más argentinos que a los "pibes para la liberación" y a
los obedientes de Carta Abierta. Recordemos que no tiene candidato ni
reelección. Y que en su ruinosa retirada, con una sorprendente y letal
sobredosis de autoestima, les declaró la guerra a los jueces, que le perdonaban
la vida y cajoneaban sus dolores de cabeza, y a los agentes de inteligencia, a
quienes incentivó como nunca para manejarse con carpetazos.
Muchas veces el
kirchnerismo ganó con un cuatro de copas una partida, pero el jugador de barajas
fue perdiendo su toque mágico; ahora hace malos cálculos, blufea con migajas y
pierde todas las manos. Un proyecto feudal está concebido para ser eterno y no
tener que vérselas nunca con la alternancia ni con la faena última de los
jueces: Cristina hizo todo lo posible para que la Argentina fuera Santa Cruz,
pero no lo consiguió. Y esta tormenta es hija de ese error de apreciación
fundamental.
En las entrañas del propio gabinete se comentan en
voz baja las malas decisiones que toma el timonel. La pifiada más notoria es ese
tremendismo, originado en una mezcla de ira y pavor, que amplifica todos los
problemas. Así como el Gobierno hubiera podido encajar con estoicismo y relativa
serenidad la denuncia y posterior muerte de Nisman, sin caer en esa compulsión
depredadora para imponer su "verdad" y profundizar su campaña de desprestigio,
es también cierto que podría aceptar democráticamente la Marcha del Silencio
como una expresión cívica sin mayores consecuencias. Pero hizo siempre todo lo
contrario: sus tapones de punta agrandaron la acusación y convirtieron a Nisman
en un mártir, y ahora sus insultos a los manifestantes no hacen más que
robustecer la convocatoria. La gran dama es la más importante propagandista de
la marcha del miércoles.
"Estamos entrando en un momento desconocido", se
estremecía el viernes un referente del peronismo al comentar los insólitos
baldazos de nafta que la jefa lanzaba al fuego. Estaba anonadado por esa
provocación suicida, que adjudicaba menos al razonamiento pausado que al
trampolín psíquico que a veces guía la lengua presidencial. Cristina confunde
últimamente la iniciativa con el acto reflejo. "Nosotros somos el amor; ellos,
el odio. Nosotros nos quedamos con el canto y la alegría; a ellos les dejamos el
silencio", declaró desde los balcones interiores de la Casa Rosada. Ellos y
nosotros. Una apuesta a la grieta y a la polarización, mientras pronunciaba de
remate una frase surrealista: "Vamos a seguir pregonando la unidad de los
argentinos".
Para los profesionales que integran el buque
oficial, curtidos en cien refriegas, cartoneros de ideologías y cínicos de
corazón, quizá lo más aterrador sea la constatación diaria de que hay un marcado
deterioro en la conducción estratégica. Tienen un ejemplo muy cerca. Más allá de
la inocencia o culpabilidad de Cristina en el presunto encubrimiento, la firma
del Memorándum de Entendimiento resultó un Waterloo pocas veces visto. Esa
determinación fue tomada en soledad total, impuesta a presión y sostenida con
soberbia frente a los reparos de la mayoría de la comunidad politizada. Fue el
paroxismo de la sordera y del capricho, y esta crisis inédita que hoy está en
las portadas de los principales diarios del mundo deviene también de esa praxis
endogámica y absolutamente agotada.
Otra resolución errada consiste en simular
fortaleza extrema mientras se alarma a la población con un ficticio "golpe
blando". Lógica y semántica. Ningún gobierno fuerte puede temerle a un
movimiento "suave", y a nadie le interesa empujar del poder a quien le quedan
pocos meses para abandonarlo. Al contrario, los opositores más enconados siguen
apostando a su lento y progresivo desgaste, a que los cristinistas se vayan
convertidos en verdaderos cadáveres políticos, y para eso faltan meses de
gestiones fallidas. El nuevo relato se hunde en el puerto, antes de zarpar. Pero
tiene, créase o no, ilustres personajes dispuestos a comprarlo.
Algunos de
ellos, que en su momento apoyaron con vehemencia las marchas por María Soledad y
las movilizaciones por José Luis Cabezas, promueven hoy solicitadas para
boicotear la concentración del miércoles. Sólo un movimiento esencialmente
autoritario puede propugnar que una marcha de silencio es un acto de golpismo.
Si marchás por el esclarecimiento de un crimen, sos un destituyente; si te
preocupa la República, sos de derecha; si pensás que hasta un presidente puede
ser juzgado, sos un desestabilizador, y si advertís sobre el atraso cambiario,
sos un devaluacionista. También ese chantaje emocional ha entrado en una espiral
de decadencia. Pero mantiene entusiasmados a pensadores y artistas de variedades
del kirchnerismo, quienes encima dicen luchar contra el poder sin entender que
ahora ellos lo encarnan y adulan, y que se transformaron en lo que abominaban.
Aducen, en el colmo, realizar este boicot en nombre de la Constitución, la
democracia, la justicia, los derechos humanos y la paz de la República. A la
Constitución la hirieron varias veces, a la democracia la adulteraron, a la
Justicia la avasallaron, a los derechos humanos los ensuciaron, a la paz la
alteraron con sus antagonismos feroces y a la República la combaten día y noche:
nunca creyeron en ella.
Vienen produciéndose, en opinión de algunos
constitucionalistas, microgolpes de Estado en la Argentina. Se practican desde
adentro, amparados en un sufragio circunstancial, y suceden cada vez que el
Ejecutivo desoye sentencias o altera el régimen federal, ordena leyes de fondo y
las impone con mayorías automáticas, vulnera las instituciones o extorsiona a
otros poderes del Estado. Hay muchos ciudadanos indignados por este neogolpismo
intestino que viene operando en nuestro país desde hace rato. Los muertos que
vos matáis gozan de buena salud: el fantasma de Nisman es hoy el catalizador de
esos indignados..
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