miércoles, 18 de febrero de 2015

La denuncia de Nisman y la “insuficiencia” de Cristina

Miércoles 18 de febrero de 2015  



Por Carlos Berro Madero

Hace unos días leímos la denuncia de Alberto Nisman (290 fojas) contra Cristina y otros, “de cabo a rabo”. Ahora, hemos tenido acceso a un compendio de la misma (62 fojas) presentado por el fiscal Gerardo Pollicita, confirmando las sospechas de su colega fallecido y en la que pide su investigación formal al juez Rafecas.


Es posible (el tiempo lo dirá), que falten evidencias que permitan confirmar “legalmente” las conclusiones del fallecido Nisman, como dicen algunos abogados, pero el montaje de una diplomacia paralela para establecer un vínculo cuasi espurio con el régimen iraní surge con bastante nitidez de su lectura. Aparecen oscuridades -supuestamente pactadas-, que permitirían “olvidar” (a cambio de confusas concesiones) los reclamos judiciales de los tribunales de nuestro país respecto de la responsabilidad de, al menos, ocho de los funcionarios del régimen islamita en la voladura de la AMIA.

De lo que no cabe duda es que las coincidencias entre escuchas telefónicas autorizadas, hechos acaecidos en consonancia con las mismas y circunstancias ocurridas a los pocos días de haber tenido lugar; como así también las reuniones habidas entre cancilleres de los dos países en lugares inesperados y las manifestaciones en los foros internacionales por parte de la Presidente y el señor Timerman, son algo más que simples casualidades. Puede entreverse la existencia de un sutil hilo conductor que habría llevado a establecer una suerte de acuerdo secreto. Con o sin resultados satisfactorios, es otra cuestión.

Que se pueda probar algún día, será harina de otro costal.

El sigiloso seguimiento de los hechos por parte de Nisman –con la ayuda de cierta “inteligencia” para dicha tarea, sin duda alguna-, adquiere verosimilitud y resulta muy difícil imaginar todo este entuerto como si fuese una fábula de Esopo: las “voces” de las cintas grabadas no parecen ser producto de trucaje alguno. Y los “personeros” involucrados (D´Elía, Esteche, Larroque), se han mostrado siempre públicamente como pro-iraníes a ultranza.

Es bien sabido que hay secretos políticos que son difíciles de desentrañar, como ocurre con la eventual culpabilidad de los participantes en cualquier acto de corrupción. En efecto, quienes se proponen fines “non sanctos” cuentan generalmente con múltiples complicidades y chivos expiatorios que les permiten sepultar las evidencias que pudiesen incriminarlos.

Dicho todo esto, tenemos la sensación que el quid de la cuestión está radicado además en el desparpajo con que el gobierno kirchnerista se manejó durante estos años haciendo y deshaciendo a su antojo, sin preocuparse demasiado por tapar los rastros de su autoritarismo: se sintieron siempre más allá del bien y del mal y con el poder suficiente para aplastar a quienes tuvieran el atrevimientos de acusarlos por mala praxis.

Durante quince o veinte años, Néstor y Cristina crecieron políticamente “comprando” la voluntad de todos aquellos a quienes necesitaron para hacer negocios, enriquecerse y concentrar la suma del poder público. Hay hechos concretos que lo confirman, quedando reflejado en sus declaraciones de impuestos “oficiales” de ganancias, imposibles de concebir para quienes se desempeñaron continuadamente en la función pública.

Por estas y otras razones, hemos llegado al convencimiento que “la doctora” (¿) quiso cambiar efectivamente en algún momento el eje geopolítico de nuestras relaciones internacionales como sospechaba Nisman, disconforme y despechada quizá con el trato frío que recibió siempre de los Estados Unidos y los organismos de crédito internacional, que criticaron siempre las mentiras de las estadísticas oficiales de su gobierno y la vergonzosa corrupción imperante.

Para ello, intentó asociarse con estados “parias” (Venezuela, Irán), que no le plantearan preguntas incómodas y le proveyeran un intercambio de bienes y servicios (no necesaria y exclusivamente petróleo), que mantuviera equilibrada una balanza internacional de pagos que se fue deteriorando paulatinamente por las barrabasadas de sus funcionarios.
En algún artículo anterior, hemos hablado también de la “revancha psicológica” de Cristina respecto de su difunto esposo. A pesar de los habituales recuerdos lacrimógenos de su compañero, tenemos la impresión que ha querido cobrarse “post mortem” el eventual sometimiento político que le prodigó Néstor en vida (hay muchos testigos de ello), haciendo ver a todos que ella era “más grande”, poniendo patas para arriba muchos aspectos de la política de su antecesor conyugal.

Hay testimonios específicos de ex funcionarios del gobierno (Bielsa, Alberto Fernández, Arnold y otros) al respecto, por lo que nos gustaría recordar además algunos conceptos de Ortega y Gasset que le caben muy bien a su actuación en este malhadado asunto.

“Al hombre mediocre de nuestros días (¿Cristina?), el nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, como la de Adán, paradisíaca. El hermetismo nato de su alma le impide lo que sería condición previa para descubrir su insuficiencia: COMPARARSE CON OTROS SERES; porque sería salir un rato de sí mismo y trasladarse al prójimo. Pero el alma mediocre es incapaz de transmigraciones”.

¡Qué manera tan perfecta de definir la soberbia y la vanidad!

¿No es posible pensar que la “diplomacia paralela” sobre la que se basa la denuncia Nisman respondió quizá al deseo de Cristina Fernández de ser vista como “la más grande”, como ya hemos señalado?

Ortega avanza un poco más y sigue describiendo al tonto (una variante del soberbio). El que “no se sospecha a sí mismo”, dice, “y se instala en su propia torpeza. Como esos insectos que no hay manera de extraer del orificio en que habitan, no hay modo de desalojar al tonto de su tontería”.

Sospechamos que Cristina inició estos escarceos diplomáticos en la cumbre de su soberbia y su tontería habitual y JAMAS PENSÓ NI POR UN INSTANTE EL PELIGRO QUE CORRERÍA DE FRACASAR EN SU GESTIÓN. Hasta ese momento su gobierno no había recogido más que los parabienes emanados de un voto popular masivo (de legitimidad “transitoria” como alguna vez dijimos), coronándose con los laureles que la llevaron a sentirse heredera y dueña de un poder “imperial”.

¿No es posible pensar entonces que los “secreteos” con los iraníes llevados a cabo con emisarios serviles que tenía “a mano”, hayan sido una forma de eludir cualquier cuestionamiento molesto para ella, imaginando una victoria final que la coronaría como la gran estratega del siglo XXI?

“La diferencia que existe entre el tonto y el perspicaz”, vuelve a repiquetear Ortega, “es que éste último se sorprende a sí mismo a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia”.
Nuestra conclusión es que a nuestra Presidente le falló la inteligencia y creyó, repetimos, que estaba en camino para obtener un éxito final resonante, confiando (¿tontamente?) que voceros de la catadura moral señalada en los informes Nisman podían llevarla al puerto deseado.

A esta altura de nuestro análisis habría que recordar también lo que decía Anatole France: “un necio es más funesto que un malvado; porque el malvado descansa algunas veces; el necio, jamás”.

En estos términos de “insuficiencia” psicológica, vanidad y soberbia infinita se fue tejiendo el entuerto, que fracasó finalmente porque la rusticidad de su urdimbre estaba destinada a morir por su propia fragilidad. Cristina creyó que Irán era un espejo de los viejos caudillos peronistas a los que durante su presidencia mantuvo a raya con sus prebendas y melindres.

Soñó también con que los dilemas geopolíticos le están reservados por la historia a los “diferentes” como ella (¿), olvidando que solo el fallecimiento de su esposo la afirmó en el sillón que ocupa hoy en día. Al respecto, siguen resonando en nuestros oídos las palabras de Néstor a sus correligionarios en aquel tiempo: “no le lleven problemas a Cristina; hablen conmigo antes”. Quizá sabía muy bien cuáles podrían ser los peligros emergentes de las decisiones de la actual mandataria con el poder en sus manos.

Ella estaba para otra cosa: los balcones del Patio de Las Palmeras, los atriles con sus clases de historia “paralela”, los anuncios de obras que luego no se hacían, las teleconferencias con participantes falsos “ad hoc”. Pero no para intentar negociar con un régimen milenario que mantiene en vilo a tres cuartas partes del mundo por su astucia sin igual para decir y desdecirse a su antojo sobre los problemas que pudiesen afectar sus propios intereses.
Así le ha ido.

Ahora solo resta el juicio “judicial”, y el de la gente, por supuesto, que evidenciarán probablemente que la luna se ha puesto en cuarto menguante para su gobierno DEFINITIVAMENTE.

La historia recordará muy posiblemente a Cristina Fernández por este hecho, que tiene toda la apariencia de ser un acto de excelsa apostasía política.


carlosberro24@gmail.com

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