Domingo, 15 de Febrero de 2015 - 07:06
Por Humberto Bonanata
“Nosotros estamos tercamente empecinados en brindar alegría” - Cristina
Fernández
“El silencio y la no violencia es Gandhi,
Cristina Kirchner es ruido y violencia” - Elisa María Carrió
“Los muertos que vos matáis gozan de buena
salud”. - José Zorrilla, Don Juan Tenorio, 1844.
Hace tan sólo cuatro semanas la Argentina
soportaba una de las más penosas madrugadas de su historia democrática de los
últimos treinta años. Las redes sociales comenzaban a viralizar una noticia que
segundo a segundo iba tomando forma.
“Habría sucedido un incidente en el departamento
del fiscal Alberto Nisman” comenzaba a animarse Radio Mitre y T.N., el primer
medio que envió un móvil al lugar del hecho.
La sociedad estaba convulsionada por su denuncia
de cuatro días atrás en la que trataba de probar con suficiencia el
encubrimiento agravado que habría cometido Cristina Fernández junto a su
Canciller Héctor Timerman y secundarios personajes de su tenebrosos entorno.
Faltaban pocas horas para que el Fiscal
concurriera a la Comisión de Asuntos Penales de la Cámara de Diputados de la
Nación para ampliar su escrito y someterse a las preguntas de los legisladores,
algunos de los cuales, como Diana Conti, lo esperarían con “los tapones de
punta”.
No hizo falta cometer una infracción deportiva…
un disparo sobre su oreja izquierda, que le hizo padecer doce horas de agonía
hasta morir, creyó sepultar las pruebas que Nisman había trabajado durante meses
en 2014.
El fiscal Gerardo Pollicita tomó la posta de su
colega muerto e imputó a los mismos personajes a los que se había animado
Nisman.
Como “banda en fuga” que caracteriza al régimen
desde el comienzo del segundo mandato de la “viuda alegre”, la degradación y
concurso real de delitos que lo domina debía evitar la presencia de Nisman el
Diputados el día siguiente a la tragedia, lo que hubiera causado el inmediato
pedido de juicio político hacia la Presidente de la Nación y su Canciller, junto
al pedido de desafuero del diputado Andrés “Cuervo” Larroque, conforme al
artículo 53 de la Constitución Nacional que expone:
“Artículo 53.- Solo ella (la Cámara de
Diputados) ejerce el derecho de acusar ante el Senado al presidente,
vicepresidente, al jefe de gabinete de ministros, a los ministros y a los
miembros de la Corte Suprema, en las causas de responsabilidad que se intenten
contra ellos, por mal desempeño o por delito en el ejercicio de sus funciones, o
por crímenes comunes, después de haber conocido de ellos y declarado haber lugar
a la formación de causa por la mayoría de dos terceras partes de sus miembros
presentes.”
La “nube tóxica” que generó el magnicidio de
Nisman trascendió nuestras fronteras y potenció mundialmente la “dictadura de
hecho” de un régimen deslegitimado en su ejercicio en que concluyen los doce
años de kirchnerato.
Otra vez la respuesta presidencial, rayana al
desquicio de la constante negación de la realidad, potenció desde la
desesperación la profunda grieta en que han sumido a la sociedad argentina.
“Nosotros nos quedamos con la alegría, ellos
eligieron el silencio” destacó CFK desde los balcones del patio cerrado de
la Casa Rosada ante un público fanatizado cual juventud hitleriana ante el
frente ruso en el tramo final de la segunda guerra mundial.
Ni hace treinta años con el juicio a las juntas
militares, ni con los levantamientos carapintadas o el frustrado copamiento al
regimiento de La Tablada ejecutado por la furia asesina de una guerrilla
residual, condujeron al borde del abismo de las instituciones republicanas,
seriamente heridas y con pronóstico incierto.
Tan inciertos como el diálogo y apoyatura que
busca CFK en César Milani, el hombre más poderoso del fin de ciclo. Ella
encuentra en Milani la enfermiza protección al igual que Isabel Perón lo hacía
con Massera.
El miedo al destierro y a la justicia
independiente puede llevarlos a salidas desesperadas cercanas al autogolpe.
Nadie que se precie de analista político
equilibrado puede presagiar ni imaginar a la viuda de Kirchner entregando
sonriente la banda presidencial el 10 de diciembre al presidente popularmente
electo en octubre y noviembre en las dos vueltas electorales.
Resulta triste pensar cualquier artilugio que
nazca del desenfreno del poder tras el impacto global que producirá la marcha
del miércoles 18 de febrero en todo el país y en varias ciudades del mundo.
Imposible de imaginar las ideas de enfermiza
autodefensa que navegarán por la mente presidencial, mucho más temeraria al
proyectar su futuro tribunalicio de años por venir que eventuales candidaturas
para tratar de evitar lo inevitable: su ostracismo político.
¿Qué puede imaginar el mundo civilizado de un
país en el que sus fiscales convocan a la civilidad en su conjunto para pedir el
apoyo popular en miras de “afianzar la justicia”?.
Al menos, la muerte de Nisman abroqueló al arco
opositor, más por espanto que por amor, y los hizo despertar ante la necesidad
de garantizar la gobernabilidad y amplitud del próximo cogobierno de salvación
nacional que deberá contener al variopinto opositor al margen de quien encabece
la segunda restauración democrática en sólo tres décadas.
En 1983 se respiraba alegría y sana competencia
cívica hacia el histórico 30 de octubre.
Hoy, lamentablemente, el estupor y el miedo
dominan el escenario político y judicial.
Todos nos necesitamos para salir de la
profundidad de la crisis.
Sin darnos cuenta, y con mucho dolor, estamos
escribiendo la historia que rescatará un antes y un después de la movilización
popular del #18F.
El día después comenzará la transición hacia la
democracia plena.
Más que nunca, de nosotros depende.
Humberto Bonanata
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Twitter: @hbonanata
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Buenos Aires, Febrero 15 de 2015
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