domingo, 5 de julio de 2015

El kirchnerismo y su espectacular admisión de culpas




Domingo 05 de julio de 2015 | Publicado en
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Por  | LA NACION



"¿Por qué arrestaron a mi hijo?", preguntó a viva voz el almacenero asturiano al entrar como una tromba en la comisaría. El abogado trató de atajarlo y llevarle calma: "No se preocupe, Antonio, su hijo no hizo nada malo, es una persona comprometida con el país; lo van a soltar en un ratito". Lejos de tranquilizarse, el padre del detenido quería saber exactamente de qué se lo acusaba a aquel chico de 17 años que estudiaba en el colegio Carlos Pellegrini. "Una pavada -relativizó el abogado, que ya había negociado con el comisario la salida. Anduvo pintando paredes." El joven era militante de la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos, y el abogado también.
 Transcurría la sombra de una dictadura militar, y cada dos por tres el letrado tenía que intervenir para sacar a los compañeros de alguna seccional, o incluso para salvar del encierro y las torturas a presos políticos de mayor porte. "¿Mi hijo anda pintarrajeando paredes de los vecinos? -insistió el asturiano en un grito. ¡Entonces, déjelo en el calabozo, coño!"
El abogado estaba acostumbrado a lidiar, por igual, con los policías y con los padres. Se llamaba Luis María Cabral, y esta pequeña anécdota encierra muchas claves sobre la política argentina y las paradojas del destino. El almacenero era oriundo de una pequeña aldea de Asturias, a muy pocos kilómetros de donde nacieron los abuelos paternos de Cristina Kirchner. Ella siempre estuvo en tensión con esa rama emigrante que no era afín al peronismo, doctrina inculcada por su madre Ofelia. Cristina no votó a Perón en 1973, sino que lo hizo por el partido del "Colorado" Ramos. Y varias décadas más tarde, ordenó remover a Cabral de la Cámara de Casación y mandó a sus propios militantes a tacharlo de conservador y connivente con las corporaciones. Cabral, a pesar de sus simpatías ideológicas (se lo consideraba un "kirchnerista intermitente"), estaba a punto de expedirse por la inconstitucionalidad del pacto con Irán.
El propio Víctor Ramos, hijo del ideólogo del FIP, y hoy un dirigente apasionado del oficialismo, se vio obligado moralmente a salir en defensa de Cabral. Narró entonces episodios desconocidos, en los que el juez presentaba hábeas corpus y luchaba heroicamente por la libertad de los detenidos bajo regímenes militares; Cabral llegó incluso a ser apoderado de ese mismo partido por el que alguna vez votó Arturo Jauretche. "Pero un compañero kirchnerista -cuenta Ramos me advirtió: ojo, no publiques nada a favor de Cabral, que está siendo usado por los enemigos del Gobierno. Y vos podés quedar pegado en la «contra», ya que Cabral iba a votar contra el Memorándum." La recomendación que recibió y desoyó Víctor Ramos revela los propósitos de esa operación judicial y también el hecho de que priman en el kirchnerismo algunas ideas tristemente conocidas: el fin justifica los medios, la verdad no importa si no es funcional al "proyecto", y datos y personas deben sacrificarse en virtud del objetivo principal.
 Sartre, que abominaba de los crímenes de Stalin, los calló durante años convirtiéndose así en su cómplice histórico para no perjudicar al "socialismo real". Esta lógica, en versión más ramplona y argenta, sólo se rompe actualmente cuando alguien no tiene estómago para tanto, y entonces produce un fallo según su conciencia personal, o abre la boca y hace públicos sus reparos para defender a un amigo. Pero para cumplir esos mínimos principios éticos, los osados deben convertirse en poco menos que disidentes y correr el doloroso riesgo de que los tachen de "traidores".
Mientras Cabral, el abogado que salvó a tantos militantes, era simbólicamente decapitado por los "muchachos para la liberación", otras maniobras judiciales intentaban salvar a César Milani de una causa por un crimen de lesa humanidad. En su reemplazo, la patrona de Balcarce 50 nombró a un militar que se había negado a defender la democracia cuando Seineldín se insubordinó contra ella. Según el ex ministro Horacio Jaunarena, experto en Fuerzas Armadas, el general Ricardo Cundom, flamante jefe del Ejército, no quiso en su momento combatir a los carapintadas y recibió ocho días de arresto. Nada, sin embargo, produce remordimientos en los militantes del progresismo feudal, que no sólo tragan sapos vivitos y coleando, sino que están dispuestos a decir que se trata de un plato delicioso y nutritivo.
Agreguemos, hablando de batracios en vías de digestión, los mensajes afectuosos a Menem que profirieron esta semana el candidato a presidente por el Frente para la Victoria y el precandidato a gobernador por Buenos Aires. Sólo faltaría ahora que también Cristina Kirchner cumpliera su tardío homenaje al menemismo, puesto que no sólo el riojano fue durante años su jefe político, sino que incluso ella mandó votar por él en 1995, cuando Menem ya había protagonizado indultos, privatizaciones a mansalva y oscuros escándalos. Dicho sea de paso, el blanqueo debería incluir también a Cavallo, de quien ella fue amiga personal y aliada. Esto último tiene cierta actualidad, puesto que la Casa Rosada apoya fervorosamente al nuevo gobierno de Grecia, que acaba de cerrar los bancos y establecer su propio corralito para horror de los griegos y del mundo entero.
Este proceso de sinceramientos hace juego con la espectacular y ruidosa admisión de culpabilidad que el cristinismo está produciendo a la vista de todos. Nunca antes un gobierno había reconocido, mediante acciones vergonzosas, tan claramente su responsabilidad en asuntos de corrupción y mal desempeño. Cada vez que el oficialismo desplaza a un juez o a un fiscal demuestra que ha estado evaluando detenidamente el asunto y que espera un fallo condenatorio. Nadie se preocupa por un verdugo si no presume que está destinado al cadalso. Cada ficha judicial que mueve el Gobierno vuelve, por lo tanto, más evidente su responsabilidad penal. La validez del acuerdo con el régimen de Teherán, que fue pergeñado en la soledad de Olivos pero refrendado por la escribanía automática del Congreso, despertaba todavía serios interrogantes. El zafarrancho que terminó con la competencia de Cabral no hizo más que confirmarle a la opinión pública que ese acuerdo era efectivamente inconstitucional.

Este fascinante e involuntario proceso de admisión pública se aplica, a su vez, en los casos Boudou, Hotesur y Milani. A partir de ahora, será muy fácil detectar la culpa oficial en actos aberrantes o deshonestos: los kirchneristas nos irán señalando paso a paso, expediente a expediente, juzgado a juzgado, los chanchullos que cometieron e implícitamente la valoración secreta que se hace en el palacio sobre cada tema. Podremos, antes de diciembre y posiblemente después también, confeccionar un mapa completo de las transgresiones, delitos y pecados de esta larga década gracias a las destituciones y apartamientos de magistrados y auxiliares que se irán realizando para proteger a la reina, a su familia y a los principales alfiles y comediantes de la corte kirchnerista. Cada movida en ese tablero será una fabulosa confesión de parte. Que quedará debidamente asentada en los libros de historia y en la memoria colectiva. Sólo la desesperación personal puede justificar semejante striptease. Eso, y la certeza de que la inmoralidad no perjudica la performance electoral, hoy atada al consumo. Ya conocen el refrán asturiano: "El buen pagador es dueño del bolsillo ajeno".

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