domingo, 5 de julio de 2015

La guarangada, un símbolo de la época




Domingo 05 de julio de 2015 | Publicado en 
edición impresa



Por  | LA NACION


El poco apego a elementales normas de educación y buen trato del kirch-nerismo ha ocasionado, incluso dentro de sus propias filas, éxodos voluntarios, caídas en desgracia y ocasos prematuros.
Ha sido tan persistente la intemperancia, los fieros modales y la incorrección en las maneras que hasta medidas acertadas tomadas desde mayo de 2003 se han visto opacadas por el mal talante con que fueron comunicadas.
Tal es la irritabilidad que causa que ya no pocos votantes se disponen a conformarse con una versión supuestamente más educada y contemporizadora del "modelo", que encarnaría Daniel Scioli si es que el curso de kirchnerista veloz que viene haciendo no logra sacarlo de su eje de Capitán Frío, que manda al freezer todas las controversias. En el mejor de los casos, Scioli sería una versión apenas menos estridente del actual gobierno.
Sobre los excesos verbales, los continuos papelones de impuntualidad o de faltazos en cumbres diplomáticas, los chisporroteos con la Iglesia (antes de que Jorge Bergoglio se convirtiera en Francisco), la "grosería estremecedora" del Indec, el apañamiento de personajes con graves causas judiciales pendientes y los obsesivos estiletazos contra la prensa, se explaya el libro de Diego Bigongiari, que la editorial Margen Izquierdo acaba de publicar.
Su título es más que elocuente: Guarangadas K, cuya bajada sintetiza la línea argumental a lo largo de sus 335 páginas: "Crónica de doce años de groserías, descaros y maltratos kirchneristas".
Según el Diccionario de la Real Academia Española, "guarango/ga" significa "incivil, grosero" y es una voz que proviene del quechua ("waranqu"). Aunque ha caído en desuso, era una de las preferidas de las clases acomodadas durante el siglo pasado y aplicada con frecuencia a aquellos que no atendieran las normas de buen comportamiento en la vida común de todos los días, o de ceremonial, en la faz pública.
Bigongiari se ha tomado el trabajo de recopilar meticulosamente los más conocidos derrapes del matrimonio Kirchner y sus principales colaboradores durante la extendida "década ganada". Un trabajo de archivo monumental que se completa con los testimonios de primera mano, en on y enoff, recogidos en círculos diplomáticos y periodísticos, sobre el carácter pendenciero, que no es sólo forma, sino también fondo de la naturaleza K.
El autor opina que "Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner podrían haber hecho lo mismo sin causar tanto trastorno por su manera de ser". Pide que, en el próximo turno, la ciudadanía reclame "respeto por la investidura presidencial" y que se vuelva a lo básico: que un presidente o presidenta no pueda "expresarse con vocablos soeces y chabacanos ni en público ni en privado".
Políticamente incorrecto, Bigongiari no tiene reparos en señalar a los verdaderos culpables de esta situación: "Los argentinos que votaron tres veces seguidas a personas mal equipadas psicológica y culturalmente para el cargo para el que fueron electos".
Como si fuera una carta de presentación de lo que iba a ser su presidencia, al recibir los atributos del mando, el extinto dirigente sureño se permitió juguetear con el bastón de mando, casi como lo haría un adolescente con un taco de billar.
El periodista Miguel Wiñazki, en el prólogo, recuerda otro "momento clave" del espíritu de bromista grueso e inmaduro que solía tener Kirchner, cuando le tocó el trasero a su entonces ministro de Economía, Roberto Lavagna. "Esa bromita -apunta- es un aleph, muestra todos los mundos que se incubaron en estos años, dimensiones de maltrato, de desprecio, de insulto, todo para incubar este modelo de jefatura de pandilla."
También cuando Carlos Menem juró como senador en 2005, Kirchner, presente en el acto, como si fuera un pibe de colegio secundario, tocó madera ostensiblemente, ¡y era el presidente de la Nación!
El fenómeno no es del todo original del kirchnerismo. El peronismo fundacional, recuerda el autor, "cometió una guarangada doméstica, pero de magnitud final universal" cuando castigó nada menos que a Jorge Luis Borges, al decidir su traslado de su puesto en la biblioteca municipal Miguel Cané para que actuase como inspector de pollos y conejos en los mercados municipales.
El kirchnerismo potencia al máximo esa veta de enfant terrible y, lo que es más grave, no sólo encuentra eco en un público poco ilustrado, sino que tiene la aquiescencia de intelectuales y artistas (Carta Abierta y afines) que funcionan como claque aun de sus afrentas más grotescas.
El libro se divide en cinco partes: "Las guarangadas de Néstor", desarrollado en 61 ítems; "Los guarangos de Néstor", que incluye los ásperos perfiles de Luis D'Elía, Ricardo Jaime, Guillermo Moreno y Hebe de Bonafini; "Las guarangadas de Cristina", con 78 tópicos que la describen a fondo, y "Los guarangos de Cristina", entre los que se destacan su hijo Máximo, Héctor Timerman, Amado Boudou y Jorge Capitanich. Cierra un "Epílogo a un modo guarango de gobernar".
El autor llega a una conclusión lógica: "La mala educación hace mal".

Twitter: @psirven

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