sábado, 29 de agosto de 2015

Aguanten los tucu, contra toda la traición

Sábado 29 de agosto de 2015 | Publicado en 
edición impresa



Por  | LA NACION


No sé a ustedes, pero a mí me resultó patética la foto de Macri, Massa, Stolbizer, Sanz y Cano protestando por la falta de transparencia en las elecciones de Tucumán. No puedo creer que pidan más transparencia cuando hicimos todas las trampas a la luz del día. ¿Qué quieren, que pongamos un aviso en los diarios, tipo, "a las 21 vamos a adulterar planillas en la Escuela 25"?
Otras veces, lo reconozco, eran cuestiones más sutiles, esas maniobras que ya forman parte de la picaresca electoral. El domingo, en cambio, nos propusimos no esconder nada. Traslado de votantes, reparto de planes sociales, falsificación de actas, compra de votos por 100, 500 o 1000 pesos (la tarifa se fija sobre el terreno tomando en cuenta las necesidades básicas no satisfechas del votante), desaparición de boletas de la oposición y, en caso de detección de bolsones de ciudadanos resistentes al orden establecido y a las prebendas, quema de urnas. Por suerte, esto ocurrió sólo con el 1% de los votos. No nos gusta contribuir al calentamiento global.
Pongámonos por un momento en la piel de Alperovich o de Manzur, tipos que laboriosamente vienen construyendo fortunas: ¿van a exponer sus riquezas al ánimo veleidoso del electorado? ¿Qué pasaría con el imperio del gobernador si llegara a faltarle la protección del poder? ¿Cómo podría mantener Manzur, desde el llano, su mansión de 1400 metros cuadrados cubiertos y su crecimiento económico a tasas chinas? No seamos hipócritas: cualquiera de nosotros recurriría al fraude si la prosperidad de nuestros tataranietos estuviese en riesgo.
Todos habrán visto, en la manifestación del martes frente a la Casa de Gobierno provincial, esa pancarta nacida con vocación de trending topic: "Tucumán, cuna de la Independencia y tumba de la democracia". Como operación de marketing, extraordinaria. Pero es una mentira espantosa. Las elecciones del domingo vinieron a darle un nuevo sentido al trámite a estas alturas rutinario de poner una papeleta en una caja de cartón. Millones de tucumanos fueron a votar con la esperanza no ya de que ganaran sus candidatos, sino de cambiar la heladera, llevarse 1000 pesitos o conseguir un subsidio. Millones de tucumanos no tuvieron que tomarse el trabajo de elegir a alguien: el poderoso aparato del Frente para la Victoria ya había elegido por ellos. Después de cumplir con el deber cívico, millones de tucumanos volvieron a sus casas y se sentaron frente a la TV para ver, como en una película de suspenso, si su voto era contado o incinerado. Los amigos se llamaban por teléfono: "Che, no quiero hacerme ilusiones, pero creo que mi sobre zafó". Y nada de irse a dormir, porque podían perderse lo mejor. Con las primeras sombras hicieron su aparición estelar los matones que dan vueltas las urnas, cuentan los sufragios con un revólver sobre la mesa, alejan a los curiosos y dictan los telegramas. Ahí está el Norte profundo, la Argentina sanguínea y visceral.
Ahí, como en tantos lugares, el escrutinio no es una suma, sino un puzzle, una laboriosa construcción, un trabajo de orfebre. ¡Odio el voto electrónico! Odio cuando se quiere reducir la democracia a un touch en una pantalla. Odio tener los resultados a las dos horas. Por favor, que no nos dejen sin el suspenso; que no censuren el ingenio y la picardía puestos al servicio de la contabilidad; que no nos quiten el placer de disfrutar de cifras estrambóticas, de mesas en que nuestros candidatos tienen más votos que el total de votantes. ¡Que no nos dejen sin la magia! Si todo se informatiza, qué hacemos con la mano de obra desocupada. Qué hacemos con esa legión de punteros, matones, barrabravas, que vienen a ser la democracia de base, el semillero de la política. Ojo, porque de allí surgen dirigentes de la estirpe de Luis D'Elía y Aníbal Fernández.
El problema de un sistema como el nuestro, con tanta autonomía y muchas veces motorizado por guita que viene del narco, es que puede salirse de sus límites. Como que a los muchachos se les va la mano. Es lo que pasó en Tucumán y lo que el lunes terminó movilizando al gorilaje. En un ratito juntaron una bocha de gente, y como se pusieron pesados Alperovich no tuvo más remedio que meter palo. Pero se ve que a esos desestabilizadores les gustaron las balas de goma, los gases, que los pisaran con los caballos y los arrastraran de los pelos, porque volvieron el martes, el miércoles y el jueves.
En fin, repasemos: compra de votos, robo de boletas, quema de urnas, adulteración de resultados, narcos involucrados en la trama política, cientos de millones de pesos puestos al servicio de la maquinaria electoral, runflas de marginales en misiones todoterreno, represión a ciudadanos que protestan en una plaza. Cuánto más fácil serían las cosas si nos votaran todos de una. Pero ya se sabe: todavía hay argentinos que no terminan de asimilar lo que les hemos dado, y nos obligan a hacer trabajo sucio, que detestamos. Nadie se imagina lo que sufrió Cristina la noche del domingo. "Los tucumanos no me entienden." Y lo que sufrió Scioli. "Los tucumanos no me conocen." Lo que sufrieron mis amigos de La Cámpora. "A cuántos tucumanos más tendremos que nombrar en cargos públicos."
Yo prefiero mirar hacia adelante. Tremendo laburo el que vamos a tener en octubre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario