miércoles, 26 de agosto de 2015

El peor final: violencia y sangre




Miércoles 26 de agosto de 2015 | Publicado en 
edición impresa



Por  | LA NACION


 viejo presagio sostiene que el kirchnerismo no se irá del poder sin violencia y sangre. Aunque tal vaticinio parece fracasar en el país, en Tucumán, donde José Alperovich exacerbó grotescamente las mañas del kirchnerismo, se cumplió. Como todo líder feudal, Alperovich se asustó cuando empezó a perder el liderazgo absoluto de la provincia, tal vez no la provincia. Es probable, en efecto, que Juan Manzur haya ganado la gobernación (los porcentajes están por verse), pero lo cierto es que el kirchnerismo tucumano fue derrotado en las cuatro o cinco principales ciudades de Tucumán, empezando por la capital provincial. La fiebre por la "continuidad" en dudas (que es la misma fiebre del cristinismo nacional) se encargó luego del desastre, la represión y el fuego. La rebeldía de vastos sectores sociales contra un sistema de votación obsoleto y tramposo siguió anoche en Tucumán con una concentración más numerosa y organizada que la del lunes.
No es sólo Tucumán. Gran parte del norte del país está sometida a un clientelismo electoral que exhibe obscenamente la fragilidad del tejido social. ¿Alguien podría intercambiar un voto por una bolsa de comida en la Capital, Santa Fe, Córdoba o Mendoza? No, seguramente. ¿Algún candidato podría comprar un voto por 100 o por 1000 pesos en esos distritos? Tampoco.
En Tucumán fue posible, como lo sería en Formosa, Misiones, Chaco, Santiago del Estero o Jujuy. El problema es electoral, pero es también social. Muestra la cara más cruel e inhumana de la política asociada con la pobreza y la indigencia.
Alperovich inauguró un sistema feudal que Tucumán no tenía antes. No por las virtudes de los anteriores gobernadores, sino por la ineptitud de ellos. El primer gobernador de la democracia, Fernando Riera, anciano, frágil y torpe, se hizo célebre porque amenazaba con suicidarse ante cada amotinamiento policial. Lo sucedió José Domato, que pasó de la gobernación a la cárcel sin escalas. Luego de una breve intervención de Julio César Aráoz, lo siguió Ramón "Palito" Ortega, el único famoso de Carlos Menem que fracasó estrepitosamente en la política.
En Tucumán no quedó ni el recuerdo del cantautor. Después de Ortega fue elegido gobernador Antonio Domingo Bussi, un ex general acusado y condenado por aberrantes crímenes durante la última dictadura. Murió en prisión. El gobernador siguiente fue Julio Miranda, un importante dirigente del sindicato del petróleo en una provincia que no tiene petróleo (vendía garrafas de gas). El peronista Miranda hizo un gobierno de coalición con el radicalismo para vencer a Bussi. En ese gabinete, y en nombre del radicalismo, apareció Alperovich como ministro de Economía.
Alperovich se pasó luego al peronismo duhaldista y más tarde se convirtió al kirchnerismo fanático. Un paseo por la política parecido al que hizo su colega santiagueño Gerardo Zamora, que ganó en nombre del radicalismo para desterrar al juarismo en su provincia y terminó siendo igual que Juárez en las prácticas caudillistas y clientelares. Con las debidas disculpas del radicalismo, lo cierto es que los peores líderes feudales son dos radicales conversos, y los dos se convirtieron al kirchnerismo.
Meloso cuando quiere seducir y déspota cuando se propone atemorizar, Alperovich copió todas las reglas clientelares de los Kirchner y hasta las inútiles teatralizaciones de estos. No bien llegó a la gobernación, por ejemplo, le cambió el nombre a la sala de prensa de la Casa de Gobierno. Eliminó el de Mariano Moreno (uno de los líderes más progresistas de la Revolución de Mayo) y puso el de Rodolfo Walsh para cautivar a los Kirchner y a la izquierda tucumana. Luego no se privaría de incorporar a su gobierno a dirigentes que habían colaborado con Bussi.
Alperovich es así. En la mañana de ayer, luego de una noche de protestas y duras represiones, el gobernador les dijo a los periodistas que no sabía quién le había dado a la policía la orden de reprimir. Se la dio él. ¿Quién más podría dar esa orden dentro de un sistema político personalista y autócrata? ¿Quién, si la policía salió de la Casa de Gobierno, desde donde manda Alperovich? ¿Quién, si los detenidos eran arrastrados por más policías de civil que uniformados hasta dentro de la Casa de Gobierno? Alperovich, además, no echó a nadie de su gobierno por la feroz represión de anteanoche; su ministro de Seguridad y su jefe de policía seguían ayer en sus cargos. El gobernador aseguró que tomaría decisiones cuando se expidiera la Justicia (que él maneja).
De paso, Alperovich les dio un argumento a los dirigentes del kirchnerismo nacional, Daniel Scioli entre ellos. Paréntesis: Scioli debería proponer, para diferenciarse en serio, la inmediata implementación de la boleta electrónica y única en el país. Macri y Massa ya lo hicieron. Falta sólo él. Sea como sea, muchos funcionarios kirchneristas repudiaron una represión que tuvo varias fases de creciente brutalidad, aunque ninguno sabe quién la ordenó y mucho menos quién la mandaba mientras sucedía. ¿No es Alperovich idéntico hasta en eso a los Kirchner? Las mentiras del gobernador sucedieron demasiado tarde para un solo funcionario nacional: Aníbal Fernández. La pertinacia madrugadora lo empuja a veces al error. "No sé qué pasó. Estaba durmiendo a esa hora", dijo Aníbal, campante. ¿El jefe de Gabinete estaba durmiendo cuando en una plaza del país se reproducían las imágenes de la crisis social de 2001? Imposible. Sucedió otra cosa: Cristina Kirchner estaba sin respuesta y Alperovich no había inventado todavía la teoría de la policía autónoma de la autoridad política.
El kirchnerismo de Alperovich quedó expuesto el lunes hasta en el manejo de los medios audiovisuales. Canal 10 de esa provincia es propiedad de la Universidad Nacional de Tucumán, pero el gobierno provincial tiene una cuota de acciones. El delegado de Alperovich en el directorio del canal es un viejo empleado de su esposa, Beatriz Rojkés, en el Senado nacional. Canal 10 no pasó una sola imagen del cacerolazo ni de la represión. En la tarde de ayer, los representantes de la Universidad le hicieron un duro planteo al delegado de Alperovich, que es el que, en última instancia, maneja el canal.
El día de las elecciones es sólo la etapa final de un sistema de fraude electoral. El fraude no comienza y termina en un domingo de elecciones. Comienza mucho antes, cuando los gobiernos de provincias pobres empiezan a repartir dádivas del Estado a cambio del futuro voto. Luego viene la extorsión. O se vota por los que gobiernan o desaparecerán los planes sociales y las ayudas del Estado. Ésa es una diferencia sustancial con el primer peronismo. Autoritario y prepotente, el peronismo de hace 60 años, sin embargo, promovía el ascenso social de los sectores sociales desposeídos, no el desalmado uso de los pobres para perpetuar la riqueza de los que mandan. "Esto empezó hace mucho tiempo. Es hipócrita la actitud de los que se escandalizan hoy", decía ayer un periodista de Tucumán.
Es probable, en efecto, que Juan Manzur, el delfín de Alperovich, sea el próximo gobernador de Tucumán. Habrá hecho una elección muy distinta de la última de Alperovich. Éste ganó la gobernación en 2011 con el 70 por ciento de los votos. José Cano, el mismo candidato opositor de ahora, sacó entonces poco más del 14 por ciento de los votos. Ahora, según las últimas cifras aceptadas por el gobierno provincial y computado el 80 por ciento de los votos, Manzur había cosechado el 54 por ciento, contra un 40 por ciento de Cano. La oposición radical-macrista-massista se había quedado con las ciudades más importantes de la provincia.

El problema de Manzur será, de todos modos, su legitimidad. Formalmente la elección pudo ser legal, pero las trampas, el fraude, la rebelión popular y la represión cuestionarán su legitimidad. Lo que sucedió durante y después de las elecciones es tan grave que Margarita Stolbizer pidió la intervención de la provincia y una nueva elección de gobernador. El escándalo de Tucumán, que no ha concluido todavía, podría ser un anticipo de las elecciones nacionales de octubre. ¿O, acaso, no votará el mismo norte argentino, con los mismos vicios que se vieron el domingo? ¿No votará también el mismo conurbano bonaerense, donde el espectáculo preferido ahora por los declinantes barones es el obsceno robo de boletas? Al final de sus años de esplendor, el kirchnerismo se llevará hasta la única certeza política que había entre los argentinos: que gobernaban los verdaderamente elegidos por una mayoría social.

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