martes, 22 de septiembre de 2015

Coraje judicial: Fayt, López Piossek, Ruiz

CARTAS Y NOTAS DE NUESTROS AMIGOS LECTORES

LA COLUMNA DE LA SEMANA

Por Luis Domenianni   
  
No pasó inadvertido, pero no alcanzó la repercusión debida. El escándalo tucumano y el caso Niembro conspiraron contra su evaluación. Fue una lección de civismo. Pero, además fue una demostración de firmeza frente al atropello y la prepotencia.

                El juez de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Fayt, renunció a su cargo. Lo hizo por adelantado con fecha 11 de diciembre del 2015.

                A buen entendedor, muy pocas palabras. Tan pocas como las del texto de la renuncia del doctor Fayt. Las suficientes para dejarle en claro al país, con la presidente incluida, que no hay presión que valga, cuando existe la voluntad de no ceder, cuando el coraje se impone sobre el miedo.

                Carlos Fayt cuenta, actualmente y al momento de su retiro, con 97 años de edad. Es un hombre mayor, muy mayor. Con alguna dificultad física, por cierto. Pero con una absoluta lucidez mental. A tal punto, que le dio una lección a la “soberbia” Cristina Kirchner. Se va, claro, pero justo un día después de la que pretendía quedarse para siempre.

                Como es su costumbre, el kirchnerismo no se detuvo ante nada. Pretendió, como lo hacía en su época el comunismo soviético de la etapa post estaliniana, investigar la salud del juez. Declararlo enfermo por ley, decreto, resolución o disposición. Tal vez, encerrarlo en un geriátrico.

                Fayt peleó y peleó muy duro. Demasiado duro para los duros K. Peleó cuando no se presentó a la Corte mientras todos lo esperaban. Y lo hizo a la vez siguiente cuando nadie lo esperaba.

                Y finalmente, ganó la pelea por KO. Fue cuando decidió irse, sí, pero un día después que la presidente.

                Sin altisonancias, solo con el ejemplo de los hechos y con una escueta redacción de una renuncia ante datada. Dos renglones, nada más que dos renglones fueron suficientes para vencer. El poder de síntesis de quien ya lleva escritos 35 libros, algunos de ellos sobre el peronismo.

                Nunca, hasta su designación, en 1983, como juez de la Corte Suprema, con su pliego enviado al Senado por el presidente Raúl Alfonsín, ocupo cargo público alguno. Dedicó su tiempo a la enseñanza, en particular en la cátedra de Derecho Político de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

                Cristina Kirchner y sus secuaces, junto a los diputados K de la Comisión de Juicio Político que aprobaron el bochornoso pedido de evaluación psicofísica del doctor Fayt, lograron su cometido, el insobornable y eminente jurista se va… solo que un día después que lo haga ella.

                A los 97 años, las neuronas de Fayt funcionan de maravillas. Ni el ruido de La Cámpora, ni las maniobras del gobierno, ni el silencio de Daniel Scioli pudieron con él.

Tucumanazo, uno

                Primero y primordial. Un proceso electoral debe ser transparente, desde el comienzo con la confección de los padrones hasta el final con el escrutinio de los votos y la convalidación del resultado.

                En la Argentina, a diferencia de la enorme mayoría de los países del mundo, no existe una comisión electoral independiente encargada de la organización de las elecciones. Quién las organiza, es el gobierno nacional, si se trata de elecciones nacionales, o los gobiernos provinciales, si se trata de provinciales y, en algunos casos, pocos, los gobiernos municipales en aquellas provincias donde los municipios gozan de autonomía, al menos en la materia.

                Obviamente que quién compita en los comicios resulte a la vez quién los organiza es ya de por sí una contradicción. Dicho así, parece un problema menor. Pero, es una contradicción fundamental y de una extrema gravedad. Es hacer de juez y de parte, a la vez.

                Quién es juez debe –salvo en el pensamiento kirchnerista y en el de todos los autoritarismos del mundo- ser independiente y ecuánime. Quien es parte, solo quiere ganar.

                Por tanto, queda en claro que no debe ser el gobierno –en cualquiera de sus niveles- el encargado de organizar una elección. No puede, por definición, garantizar la transparencia, por más que la historia haya demostrado que hubo ejemplos de lo contrario.

                La contradicción resulta, pues, de su obligación de garantizar la transparencia y su propensión a no hacerlo.

                En el terreno de la práctica, aunque por lo general la contradicción se verifica, las adulteraciones suelen ser “menores”. No lo son. De ninguna manera. Pero, así se las presenta. En la Argentina, todo el mundo sabe, o al menos supone, que con el peronismo en el oficialismo, un par de puntos más siempre se sumaron a la cuenta.

                ¿Por qué no se las denunciaba? Por los acuerdos y pactos espurios que se tejían en derredor del fraude. Las víctimas aceptaban su rol de víctimas a cambio de nombramientos, viáticos, subsidios y demás yerbas impresentables de la política criolla.
                Lo anterior es casi una radiografía de la política corriente en el Gran Buenos Aires. En el interior del país, sobre todo en las provincias del NOA y del NEA, las prácticas son más feudales. Más propias de los tiempos del “fraude patriótico” de los políticos conservadores en la décadas de 1930 y 1940.

                Lo ocurrido en Tucumán fue un compendio –o mejor dicho un tratado- de todas las malas praxis existentes.

                Y fue así porque además de la contradicción institucional del gobierno que organiza las elecciones y participa en ellas, existió una voluntad manifiesta del kirchnerismo local, amparada por el kirchnerismo nacional, de llevar adelante el fraude.

                La razón debe buscarse en la posibilidad concreta de una derrota electoral. Hace cuatro años cuando el gobernador José Alperovich, junto con la presidente Cristina Kirchner, ganaron abultadamente las elecciones, los pequeños fraudes quedaban disimulados –o negociados- ante la contundencia de las diferencias.

                Ahora no. Saltaron a la luz porque los votantes resolvieron intentar el cambio. Entonces, para los K aferrados al poder, fue necesario recurrir a todas las artimañas habidas y por haber, antes, durante y después de la elección.

Tucumanazo, dos

                Casi inocente, ante la envergadura de otras cuestiones, el fraude comienza la publicidad oficial, con gigantografías en todas las rutas y autopistas. Dinerales incalculables que son volcados para una poco encubierta propaganda del oficialismo que pondera reales o hipotéticas obras o acciones del gobierno.

                A ello, deben agregarse las constantes y sucesivas cadenas nacionales que “utiliza” la presidente Kirchner y la “cadena de la felicidad” de los medios oficialistas que viven –y sus propietarios se enriquecen- exclusivamente de la publicidad oficial.

 O la transformación de las emisoras de radio y televisión del Estado, en meros vehículos propagandísticos del oficialismo aunque se los denomine, pomposa y embusteramente, televisión o radio públicas.

                Todo esto es pre fraude, legal sí, pero fraude al fin. Primero, porque para su financiamiento se utiliza dinero público, del Estado, del que aportan los contribuyentes. Y en el caso de las cadenas nacionales, espacios que no son propios y que ocasionan pérdidas a las emisoras privadas de radio y televisión.

Así, por ejemplo, el alquiler de un cartel o una columna de buena visibilidad en alguna de las autopistas de ingreso a la ciudad de Buenos Aires, cuesta mensualmente unos 60 mil pesos de alquiler.

Saque la cuenta el lector, del valor mensual de los varios cientos de carteles alquilados por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, pintados de naranja para que se lea “Gobernación Daniel Scioli”. Se trata de varias decenas de millones de pesos mensuales.

                Segundo porque genera una competencia desleal. Cualquiera de las opciones opositoras no cuenta, ni remotamente no ya con los recursos del oficialismo, sino con la apropiación que el oficialismo hace de los recursos públicos.

                Tercero, porque se trata de una doble publicidad. Por ejemplo, la que llama a votar por Daniel Scioli que, teóricamente, la debería pagar él o su partido a través de aportes en blanco, y la que parece institucional porque habla de las obras u acciones de la “Gobernación Daniel Scioli”.

                Así es en la provincia de Buenos Aires y así es en la de Tucumán. También ocurre en la ciudad de Buenos Aires, pero al menos, allí, el nombre de Mauricio Macri no figura. No dice “asfaltamos quince metros, jefatura de gobierno Mauricio Macri”.

                Paralelamente concurre la etapa del clientelismo. Al viejo reparto de chapas y colchones, ahora debido a la mayor pobreza se añade el bolsón con comida. Por supuesto, no se reparte con un criterio de necesidad sino de compra de voluntades.

 No es el Estado a través de quienes pagan impuestos quien suministra el bolsón, es el puntero de turno quién se adueña del reparto, tal y como si fuese un propietario.

                Allí, entonces talla el miedo. El miedo de perder la bolsa de comida si pierden el puntero y sus jefes. El miedo que, como amenaza, blande el propio puntero.

                ¿Cualquier puntero? No, solo el oficialismo. Solo el oficialismo puede emplear estos “argumentos”. Solo es oficialismo hace trampa porque solo el oficialismo domina las palancas del poder para poder hacerla. Caso contrario, es prácticamente imposible. Aunque haya voluntad, no hay recursos.

                En la pre elección tucumana estuvieron presentes todos estos elementos, más uno que, efectivamente, nos retrotrae a “épocas pre democráticas” como las definió la presidente, pero no en el sentido que ella pretendió darle.

                Ese elemento fue la entrega de documentos de identidad a distintos locales partidarios del oficialismo K tucumano. Es el “usted ya votó” de la época del “fraude patriótico” de los conservadores. De allí, lo de pre democrático. Esa práctica la usó el oficialismo K de Tucumán con la necesaria connivencia con el gobierno nacional que es quien suministra los DNI.

Tucumanazo, tres

                Luego sobreviene el fraude durante el desarrollo de los comicios. Antes importante, hoy relativo ante la andanada delincuencial que ocurrirá después.

                Con todo, no debe dejar de ser tenido en cuenta. Por ejemplo, el robo de boletas. Una práctica que se elimina por completo con el voto a través de la cartilla única o mediante el voto electrónico.

                Doce años de gobierno kirchnerista no alcanzaron para modificar este retrógrado y carísimo sistema de votación con boletas que ya llegan a la ridiculez de medir un metro de longitud.
                Y no se cambió, para continuar con todas estas prácticas que no suelen ser determinantes a la hora de elegir un presidente, pero que pueden serlo para sumar o restar un concejal.

                Hasta aquí, casi como que nada nuevo. La cosa se salió del cauce madre con el fraude post-electoral. Con los telegramas fraguados que no coinciden con las actas electorales. Con la falsificación de las propias actas electorales. Con las urnas que arribaban al correo abiertas, sin fajar. Con las urnas que presentaban más votos que votantes o donde el porcentaje de sufragantes era muy superior al del promedio. Con la pérdida de las grabaciones de video sobre el local donde están depositadas las urnas. Etcétera.

                No se trata pues de anular una elección porque se agregaron uno, dos o tres puntos para el oficialismo mediante la “viveza” para contar si algún fiscal opositor no está presente o, bastante peor aún, mediante la “compra” de fiscales opositores. Se trata de una elección donde la totalidad del resultado resulta sospechoso.

                Porque ¿Cómo se distingue un acta fraguada de una que no lo está? No es sencillo. En todo caso, no se trata de sumar. Ni siquiera de recontar la totalidad de los votos. Nadie puede saber, ni conocer la verdad sobre el resultado. No se lo puede determinar.

                No se sabe quién ganó, en realidad. Mucho menos quienes deberán integrar la legislatura o quienes conformarán los concejos deliberantes de los municipios. Nada es seguro. Todo es sospechoso.

                ¿Qué se debe hacer? Aquello que hicieron dos camaristas tucumanos. Fallaron anulando una elección que es un acabado compendio de fraude electoral.

Vale la pena retener sus nombres, la doctora Ebe López Piossek y el doctor Salvador Ruiz. Salvando las distancias, dos nuevos casos Fayt. Aunque más no sea porque no los intimidaron.

Y ahora, como no podía ser de otra manera, con un grupo como los K que solo creen en la justicia adicta, ya pululan por Tucumán los afiches que escrachan a ambos jueces y con carteles que muestran los afiches, donde se lee “¿No te da vergüenza traicionar a tu patria?”.

En la rara mezcla de Shusheta y de Mimí que es el kirchnerismo, a quién le puede extrañar que equiparen a Manzur y Alperovich con la Patria. Es una manera más que contundente de bastardear la Patria.

Por supuesto, los afiches no llevan firma –teléfono para Parrilli en la nueva SIDE-, clásica manera cobarde de manifestarse del kirchnerismo usada, como se recordará, cuando escracha periodistas. Pero además, una turba atacó el domicilio de la jueza López Piossek, con piedras y palos.

Ejercicio de imaginación: ¿Si el fallo hubiese resultado adverso, la oposición hubiese hecho lo mismo? Con certeza, no. Ni afiches sin firma, ni piedras, ni palos.

Alperovich, Manzur, Cristina Kirchner, Daniel Scioli y Aníbal Fernández conforman el quinteto que pretende impedir que se vote de nuevo, tal como ordenó la justicia. Los cinco presionan para que se convalide el resultado que ellos disfrazan de válido. Quizás pensando en octubre…

Para ello organizan un “per saltum” a fin de alcanzar la Corte Suprema de Justicia de Tucumán. De sus cinco miembros, solo dos están en condiciones de fallar, el resto debe excusarse por proximidad con el gobierno y sobre uno de los dos restantes pende una impugnación. Es más que una demostración de justicia “partidaria”.

El alto tribunal deberá integrarse con jueces de cámara del fuero comercial para poder alcanzar el número de votos necesario. Y nada indica que allí termine la cosa. Casi con certeza, deberá expedirse en un futuro, la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

O tal vez, el Congreso K de la Nación decida intervenir al Poder Judicial tucumano y colocar allí a una Corte adicta. Quedará resuelto en la próxima semana.


En todo caso, nada indica que el apuro K llegue a buen puerto. La Corte Suprema de Justicia de la Nación tomará el tiempo que precise para fallar, llegado el caso. Una Corte Suprema que, hasta el 11 de diciembre próximo, contará con la digna presencia del doctor Carlos Fayt.

Enviado por nuestro AMIGO MIGUEL M.

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