martes, 29 de septiembre de 2015

Scioli no encuentra los votos que le hacen falta

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LA COLUMNA DE LA SEMANA

Scioli no encuentra los votos que le hacen falta

Por Luis Domenianni


Si la semana previa la operación “Niembro” unificó al arco oficialista y dibujó alguna sonrisa por debajo de los ceños fruncidos de quienes poseen datos confiables sobre las tendencias electorales, la que acaba de finalizar devolvió las cosas a la normalidad, con un dato que destaca: la pelea kirchnerismo-sciolismo arrancó antes de tiempo.

                La operación Niembro fue un golpe eficaz. Con casi nada –salvo una reprochable conducta ética- el kirchnerismo, asistido desde la ex SIDE, lograba igualar a su competidor principal –el Frente Cambiemos que integran el PRO, la UCR y la Coalición Cívica- en un ranking sobre corrupción.

                Era tan o más grave, la celebración de un contrato bajo formas operativas excepcionales como el que ligaba hace dos años al mediático periodista deportivo que la causa Hotesur que involucra a la presidente de la República en lo que, a la larga o a la corta,  deberá ser llamado por su nombre: lavado de dinero negro obtenido de manera inconfesable.

                Era tan o más grave que el procesamiento del vicepresidente de la República, Amado Boudou, que viaja por el mundo con representación oficial de la Argentina, por solo citar dos cuestiones que afectan a las máximas autoridades de la República.

                El “carpetazo” Niembro, que funcionó extremadamente bien para los K, engolosinó hasta el empacho a un kirchnerismo que creyó nuevamente que había logrado resucitar los tiempos gloriosos del relato.

                Así repartieron “carpetas”, a través del, prohibido por ley, espionaje interno que igual desarrollan los agentes K de la copada nueva SIDE –¿Desde cuando una ley es una valla para los K?-, que acusaban a cualquiera que formase parte de Cambiemos hasta de quedarse con la bolita del compañero cuando acudía a la “salita amarilla” del Jardín de Infantes.

                Pero entonces, la táctica de la delación cayó. Por sobreabundancias y por… la pelea kirchnero-sciolista que salió a la luz.

La jefatura

                A nadie, a absolutamente nadie escapa la pretensión de Scioli de enterrar el kirchnerismo en el pasado y de torcer el rumbo del país en materia económica.

                Vale la pena una aclaración, al respecto. Scioli no representa un cambio de fondo para la Argentina. Ni siquiera un retoque. Solo es un cambio de estilo y un posible reemplazo de favoritos a la hora de llevar adelante los jugosísimos negocios que siempre deja el Estado en países con alto grado de corrupción como la Argentina.

                Con Scioli, la retórica “revolú” y el relato “progre” quedarán reemplazados por el populismo frívolo y la capital del país no será El Calafate, sino Mar del Plata. Actores, actrices, cantantes y futbolistas sustituirán a “los pibes para la liberación” en la preferencia presidencial.

                Los socios del ex viceministro de Economía de Fernando de la Rúa, Miguel Bein, ahora reciclado en sciolista, serán quienes aspiren a reemplazar a Lázaro Báez y a Cristóbal López en el “capitalismo de amigos” que desde Carlos Menem hasta la actualidad siempre exhibe el peronismo.

Sin olvidar, claro, a Electroingeniería, que continuará con un volumen de negocios elevado, dado su “vinculación” –eufemismo que evita hablar de testaferros- con el eventual vicepresidente Carlos Zannini.

                Hasta allí, la sangre no debería llegar al río. Claro que implica imaginar a Scioli en el rol de “pelele” de Cristina Kirchner durante su cuatrienio presidencial o cuanto dure –bajo esas condiciones- su mandato.

                Es cuanto quiere y pretende Cristina Kirchner. De allí, las irrupciones de Estela Carlotto y de Diana Conti que otorgaron un rol casi de provisionalidad a la eventual presidencia de Scioli.

                No se le ocurrió a Carlotto, ni a Conti. A ninguna de las dos se le ocurre nada que no consulten –o mejor dicho que no reciban como orden- con Cristina Kirchner. Fueron a marcar la cancha.

                Y la pretensión desató la guerra. Más o menos larvada, por ahora, pero que consumirá gran parte de las energías hasta el 25 de octubre próximo, hasta la segunda vuelta como probablemente ocurra y durante todo el gobierno –cuanto dure- si Scioli alcanza la presidencia.

                Los planes de Scioli eran los clásicos y obvios planes de quién es capaz de soportar todas las afrentas imaginables con tal de llegar a donde pretende hacerlo, para después, casi con certeza, tomar revanchas.

                Pero, el plan debió adelantarse y eso resulta particularmente complejo.

                Si todo iba bien, el ex motonauta debía continuar con su sumisión K hasta el 09 de agosto pasado. Es decir, hasta las PASO. Allí con 45 puntos o muy cerca de ellos, el límite establecido para obviar la segunda vuelta sin depender del resultado de los demás, Scioli comenzaría a tomar distancias progresivas, relacionadas proporcionalmente con su propio fortalecimiento.

                Su astucia –la de Scioli-, le dictó que debía aceptar la candidatura de Zannnini –en realidad, de cualquiera que le fuese impuesto por Cristina Kirchner- para evitar la competencia con Florencio Randazzo.

                Así fue, a Randazzo lo bajaron de un “hondazo” solo que, en lugar de encuadrarse en el deseo presidencial, no aceptó la candidatura a gobernador bonaerense y decidió recuperar una independencia con miras al futuro.

                La cosa se complicó, entonces, con la bajada de candidatos a la Casa de Gobierno de La Plata que reclamó Cristina Kirchner. Se bajaron todos menos dos, el candidato del Papa Francisco, Julián Domínguez, y el de Cristina Kirchner, Aníbal Fernández.

                Y ganó Fernández, con no demasiada limpieza, pero sin margen para la protesta de Scioli –que había apostado todas sus fichas a Domínguez-, ni del propio Domínguez. A tragar sapos, fue la consigna del momento.

                Pero, claro, Zannini más Fernández es como diría la presidente en sus momentos de delirio británico “too much”. Eso es ultra kirchnerismo y del peor. Y Scioli, cargó con la mochila. Una carga que le significó el desengaño de mucha gente y un resultado electoral que lejos estuvo del anhelado 45 por ciento y que, ni siquiera, representó el premio consuelo del 40.

                Sin dudas, la presidente saboreó el momento. Fue por dos razones. La primera, por su propio e inconmensurable ego: cuando ella fue candidato alcanzó, en las PASO, algo más del 51 por ciento de los votos. Scioli, menos del 39 por ciento.

                Pero, además, porque cortó de cuajo la táctica de la diferenciación sciolista. Pretender repudiar progresivamente al kirchnerismo, rodeado por Zannini y por Aníbal Fernández, es más que una utopía.

La táctica        
   
Scioli hizo un ensayo cuando dejó trascender un gabinete en el que los K quedaron excluidos por completo. Salió mal. No movió el amperímetro.

                Es que el Scioli K paga el tributo a su sometimiento y genuflexión. Por ende, no perfora su techo de las primarias. Solo retiene, y sin total certeza, los votos de la PASO. Y eso no alcanza para evitar una segunda vuelta que huele en demasía a derrota.

                De poco y nada le sirve cultivar al peronismo de los gobernadores y de los intendentes; de poco y nada le sirve sumar a las predispuestas a cambiar de jefe y mal llamadas organizaciones sociales, léase los ex ultra K Miles, Movimiento Evita, Frente Transversal o Tupac Amaru de Milagro Sala que ahora aspiran a dejar de ser kirchneristas para pasar a ser sciolistas.

                Todo eso no convoca ningún voto independiente. Por el contrario, agudiza una pelea con el kirchnerismo leal: La Cámpora, que amenaza con radicalizar al gobierno en los tres meses que quedan de mandato. Ensayos que ya lleva a cabo –con el inevitable olor a negociado que lleva cualquier decisión K- el ministro Axel Kicillof.

                Resultado: imposibilitado de crecer, Scioli mira nuevamente al Gran Buenos Aires. En particular, al segundo cordón del CONURBANO y promete de todo para intentar asegurarse que los intendentes no hagan la que hacen siempre cuando no está claro quién resultará el vencedor de una elección: repartir su propia boleta local con todas las boletas nacionales y provinciales con chances.

                Es una pobre táctica. Primero porque en el CONURBANO las lealtades no existen y las promesas solo se hacen para ser incumplidas. Segundo, porque el valor del conjunto decayó.

En Merlo y en Moreno, ganó La Cámpora. En La Matanza, las acciones de Espinosa están en baja tras su derrota como integrante de la fórmula provincial que integró con Dominguez.

Pero, además, es el reconocimiento cuasi explícito que no hay de donde sacar más votos. Que se consagra aquello que dejó en claro el voto del 09 de agosto: un cuarenta por ciento del país está conforme con el kirchnerismo y un 60 por ciento no quiere saber más nada con algo que tenga que ver con ellos.

Es el resultado, casi inevitable, de haber sembrado y abonado la división de los argentinos durante doce años. Y, Daniel Scioli, al respecto, no es precisamente inocente.

Respuestas

                Sin dudas, el “carpetazo” Niembro paralizó durante casi diez días al PRO. Fue muy duro y fue eficaz.

                Quizás con un dejo de ingenuidad, Mauricio Macri y todo su staff –encabezado por el ecuatoriano Jaime Durán Barba- imaginaron al kirchnerismo como un leal competidor. Nada más alejado de la realidad.

                Para el kirchnerismo, narcotráfico, blanqueo de dinero, apropiación de empresas o sobreprecios en la obra pública, no es grave o, en todo caso, es tan grave como firmar un contrato por una vía de excepción.

                Es como equiparar el robo a mano armada con la violación de un semáforo en rojo. Como equilibrar la estafa con el no acatamiento a la prohibición de estacionar en determinado lugar.

                Nada más funcional a la corrupción que igualar faltas y delitos. Así, la eventualmente incorrecta contratación de una empresa –algo que determinará la justicia- de la que Niembro fue socio pretende tapar el patrimonio de 36 millones de pesos y 28 propiedades que declara Máximo Kirchner a quién no se le conoce trabajo remunerado alguno a lo largo de toda su vida.

                Pero ningún mal dura cien años. Niembro, como correspondía, renunció a su candidatura, Macri pagó el costo frente a la sociedad que, tras la sorpresa inicial, puso las cosas en su lugar: una falta ética es una falta ética pero no se equipara con los delitos a los que se busca dejar impunes con ataques a la independencia del Poder Judicial.

                Ahora Macri reaccionó. No a lo Durán Barba, sino a la usanza de la política tradicional. Esa que dice que, a la hora de los porotos, cuentan dos elementos: propuestas y confrontación.

                En materia de propuestas, las realizables y las creíbles que son aquellas que se definen por el sentido negativo. Es decir, las que no dependen de una decisión incierta del conjunto de los argentinos sino de la mera voluntad del gobierno.

                En materia de confrontación, la que indica marcar las diferencias con el otro, sin necesidad de la agresión y sin poner en juego la convivencia social.

                En otras palabras, hacer política. Algo que, aunque lo incluya, es bastante más que  mero “marketing”.

                Para esta segunda etapa de su campaña, con las características descritas, Macri puede recurrir a elementos “foráneos” de mayor utilidad. Son tres nombres y apellidos claves.

                Uno es Ernesto Sanz, el presidente de la Unión Cívica Radical. Ocupado Gerardo Morales en la conquista de la gobernación de Jujuy, es Sanz el hombre indicado para vocero de Cambiemos.

                Más allá de cuestionamientos internos, en muchos casos válidos, resulta el hombre ideal para la discusión con un kirchnerismo que no trepida en caer en el cinismo más burdo y menos imaginable. La habilidad de Sanz para contestar, para cuestionar y para tomar la iniciativa está fuera de toda duda.

                La segunda presencia trascendental es la Elisa Carrió. Es la voz de la República y de la honestidad. No se trata de las denuncias en sí mismas, de las que suele abusar. Es su imagen de integridad y es su capacidad intelectual, muy por encima de la mediocridad que sobre abunda en la política argentina.

                La tercera es menos conocida. Se trata del candidato a vicegobernador de Buenos Aires, Daniel Salvado. Un hombre del riñón de la UCR bonaerense con el más que meritorio antecedente de su actividad como secretario de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP).

Salvador es la contención de un radicalismo que cuenta con pocos dirigentes de valor pero con muchos militantes activos en el interior de la provincia de Buenos Aires y quién puede recuperar el voto de los radicales disconformes que emigró hacia Margarita Stolbizer.

En definitiva, dos batallas mayores se libran el próximo 25 de octubre y, tal como van las cosas, se resumen en dos opciones. La primera es en la República y establece que, ese día, el próximo presidente es Daniel Scioli o que veinte días después, el presidente es Mauricio Macri.

La segunda es más dramática porque se juega a todo o nada en una sola jornada. Ocurrirá el mismo día, el 25 de octubre, cuando la provincia de Buenos Aires decida si será gobernada por Aníbal Fernández o por María Eugenia Vidal.


Tras los sucesos de Tucumán, es obvio que no solo será necesario fiscalizar a cara de perro, sino que también hará falta ganar por varios puntos de diferencia. Porque con Scioli y los K solo un ingenuo irrecuperable puede imaginar transparencia en el resultado.

Enviado por nuestro Amigo MIGUEL M.

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