viernes, 23 de octubre de 2015

Cinismo y fanatismo en el movimiento nac&pop

Fernando  A. Iglesias

PARA LA NACION
VIERNES 23 DE OCTUBRE DE 2015


Según la Real Academia, cinismo es "desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables"; y el fanatismo, "apasionamiento y tenacidad desmedida en la defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas". Cínico es aquel que no cree verdaderamente en nada y por eso puede cambiar constantemente de ideas y valores, y fanático es el que cree en demasía, acrítica y rígidamente, y por eso subestima o persigue a los demás. En los países medianamente organizados, cínicos y fanáticos son tribus opuestas y hasta enemigas, cuyos integrantes se desprecian mutuamente. Aquí, no. Aquí cínicos y fanáticos son aliados históricos en el principal mal que aqueja a la Argentina: el movimiento nac&pop.
"Caballero, éstos son mis principios. Y si no le gustan. ¡tengo otros!" La gracia de la frase atribuida a Groucho Marx estriba en el giro desde el fanatismo del "Caballero, éstos son mis principios" al cinismo de "Si no le gustan, tengo otros". Si el mundo fuera mejor de lo que es, el párrafo grouchomarxista estaría inscripto en el frontispicio de la sede del Partido Justicialista, que cambió del discurso único neoliberal de Menem al relato redencionista de los Kirchner y de allí al ambigüismo centrista del "desensillemos hasta que aclare" de Massa y Scioli, sus candidatos, hoy.
Todo, hay que decirlo, fue un cambio de libreto sin cambio de actores. El mismo elenco que se propone hoy para protagonizar el tercer acto peronista desde que oportunos saqueos destituyeron en 1989 a Alfonsín participó de los dos primeros, a los que intenta desconocer y abominar, en los raros momentos en que no los usa para acusar de sus consecuencias a la oposición. Insiste así en combinar cinismo y fanatismo con esa habilidad que sólo otorga la perversión. En cada una de sus fases, el peronismo fue fanático en sus adaptaciones al clima de época global -neoliberal, convertible y aperturista ayer; latinoamericanista, inflacionista y mercadointernista, hoy-, reivindicando la propiedad de la verdad y descargando en nombre de los sagrados principios su pesada artillería dialéctica sobre los contradictores. para virar después cínicamente hacia los principios opuestos, en los que suele instalarse con renovado fanatismo a la espera del siguiente viraje epocal.
Como casi todo en el kirchnerismo, la combinación de los registros cínico y fanático no fue invención sino actualización de la versión original. Perón fue un cínico, que llamó a los Montoneros "juventud maravillosa", hasta que las balas cayeron sobre Rucci y decidió que había que "exterminarlos uno a uno" aunque fuera "violentamente y fuera de la ley", y creó la Triple A. Evita fue fanática, como cualquiera que la haya escuchado puede comprender y como ella misma reconocía ("Me gustan los fanáticos y todos los fanatismos de la historia. Por eso soy fanática. El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas"). También Néstor fue un cínico, que públicamente prometía la redistribución de la riqueza mientras en privado acumulaba fortunas y acariciaba cajas fuertes exclamando: "¡Éxtasis!". Cristina, en cambio, es una fanática que -desprovista de epopeyas a la altura de las de Evita- se contenta con elogiar la reencarnación farsesca del fanatismo: los barrabravas, "Esos tipos parados en el paraavalanchas con las banderas, arengando. Son una maravilla. A mí me gusta mucho la gente pasional".
La pareja cínico-fanática y el aprovechamiento de su tensión dialéctica en aras de la adquisición y conservación del poder a cualquier costo son una prueba más de que el kirchnerismo es la etapa superior del peronismo y no un injerto extraño a la tradición original. Ellas, jacobinas y plebeyas; dogmáticas y rígidas ("Éstos son mis principios"), siempre dispuestas a chocar la calesita con tal de no dar el brazo a torcer. Ellos, conservadores y pragmáticos, cambiantes y flexibles ("Si no le gustan, tengo otros"); especialistas en ajustar las ideas y el discurso a las necesidades del momento y las preferencias del interlocutor. La magistral y perversa articulación de ambos estilos discursivos fue el corazón del modelo peronista-kirchnerista. "Estamos haciendo la revolución social, caballero."
 Pero si el caballero hace notar que la pobreza actual es mayor que la pobreza media de los años noventa y que la única redistribución de la riqueza fue a parar al bolsillo de los Kirchner y sus socios, el "tengo otros" no se hace esperar; enunciado con las fórmulas "Siempre hubo pobres" y "Para hacer política se necesita plata, papá".
La cosa viene a cuento porque las principales fórmulas del movimiento nac&pop combinan hoy, con la precisión habitual, ambos ingredientes. Cristina, la fanática, con Boudou, el cínico. Scioli, el cínico, con Zannini, el fanático. Aníbal, el cínico, con el fanático Sabbatella. El cínico Pejota y la fanática Cámpora y sus representantes, listos para una nueva representación de la vieja comedia. El ave fénix peronista resurgiendo de las cenizas, descargando lastre y preparándose a volar.
¿Adónde va? ¿Adónde nos lleva el cínico? El cínico nos lleva a México, a la extensión del narcocrimen organizado a todo el territorio nacional, a la completa conurbanización del país que viene descendiendo desde el Norte hasta Rosario, y a la cooptación de lo que queda de un Estado omnipresente y débil, anómico y elefantiásico, por parte de las mafias: el narco-Estado. ¿Adónde nos lleva el fanático? El fanático nos lleva a Venezuela, a la demolición final de las instituciones republicanas y su reemplazo por organizaciones políticas, y sus mafias y patotas, y a la desaparición de las libertades y garantías individuales y de la prensa y la justicia independientes.
Fascinado, incrédulo, paralizado ante el espectáculo pimpinelesco de la confrontación entre cínicos pejotistas-sciolistas y fanáticos camporistas-cristinistas, el ciudadano argento se pregunta hoy si en un eventual gobierno Scioli-Zannini triunfarían los que nos quieren llevar a México o los que nos quieren llevar a Venezuela. Como si cínicos y fanáticos no hubieran convivido cooperativamente durante toda la historia del movimiento nac&pop y prosperado juntos en estos últimos doce años; como si mexicanización y venezuelización no fueran compatibles, y hasta complementarias; como si ante la amenaza de una nueva década peronista, la cuarta, fuera importante discutir el modelo de decadencia por aplicar.
Ex diputado nacional y miembro fundador de Democracia Global


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