domingo, 25 de octubre de 2015

Populismo o República

LA COLUMNA DE LA SEMANA

Populismo o República

Por Luis Domenianni

¿Finalizó el kirchnerismo? Si la elección presidencial es ganada por Mauricio Macri, seguro. Si, en cambio, quién gana es Daniel Scioli, está por verse.

En la actualidad, no son las ideologías las que definen una elección. Son, como bien definen los propios kirchneristas, los “modelos”.

Está el “modelo populista” que necesariamente entra en crisis cuando se agotan los recursos que pretende distribuir y que impone una “democracia plebiscitaria” donde las instituciones quedan supeditadas al poder político y donde las leyes solo se cumplen en la medida que no choquen los intereses del gobierno.

Y está el “modelo republicano” que representa todo lo contrario. Equivale al imperio de la ley, a la división de poderes, a reglas de juego claras y pre establecidas en materia económica y social.

Los “modelos populistas” solo rigen en algunos pocos países del mundo. En casi todos ellos, la sociedad vive en tensión, dividida, fraccionada, con la producción estancada, con corrupción.

Los “modelos republicanos”, presidencialistas o parlamentarios, rigen en todos los países avanzados y más allá de crisis momentáneas, generan progreso y riqueza en sus sociedades.

                Con la excepción de algunas rémoras dictatoriales, entre las que sobresale China, en el mundo se producen dos tipos de elecciones: las que deciden entre populismo y república, y las que deciden, dentro de la república, la mejor opción para gobernar.

                Tras la implosión de la Unión Soviética, las dictaduras de izquierda –comunistas- rodaron por el piso con algunas excepciones como la ya mencionada China, Vietnam, Cuba, Laos y la peor de todas, Corea del Norte.

                Por consiguiente, las dictaduras de derecha, por lo general militares, terminaron como consecuencia del abandono de la llamada Guerra Fría. Ya no representaban, ante los Estados Unidos, el rol de contención del comunismo.

Por el contrario, ya unos años antes, se habían tornado en imprevisibles como lo demostró la dictadura militar argentina cuando atacó militarmente las Islas Malvinas.

Por ende, hoy, la gran división de los regímenes políticos es, como quedó dicho, populismo o república.

Populismo

                El populismo siempre constituye una tentación. Sencillamente porque siempre predica la solución facilista de los problemas. Y porque siempre, cuando las soluciones no se alcanzan, las culpas pasan a ser de los otros, de los de afuera o de los de adentro, o de la complicidad de ambos, que impiden concretar el paraíso prometido.

                Un rasgo saliente del populismo es la mentira. Así, todo va bien aunque todo vaya mal. Así, se inaugura tres veces la misma ruta o se falsifican las estadísticas. Así, se vacía el Banco Central mientras no tiene límite la voracidad fiscal. Así, en aras de la distribución de la riqueza se cobran impuestos sobre los ingresos de quienes trabajan. Así, el desendeudamiento es endeudamiento.

                Para el populismo, resulta imprescindible crear enemigos. Externos e internos. Entre los externos, figuran aquellos países que son lo opuesto. 

Inevitablemente, entonces, caen como enemigos los Estados Unidos y Europa.

                Entre los internos, sobresalen todos aquellos que no acatan las órdenes, que disienten, que opinan diferente. Por tanto los enemigos son los partidos políticos republicanos, los sectores económicos o sociales perjudicados, la justicia cuando pretende ser independiente, los medios de comunicación que no forman parte del “periodismo militante”.

                Dentro del populismo, la democracia pierde por completo su carácter republicano. Queda limitada al mero acto de votar. El pueblo vota, más o menos libremente, unge un triunfador y si ese triunfador es populista, interpreta su victoria como un cheque en blanco para hacer cuanto le venga en ganas, casi sin limitaciones.

                De allí que la institucionalidad queda destruida. Ya no vale más la división de poderes, sino la colonización por parte del poder ejecutivo de los restantes. Ya no se trata más del imperio de la ley sino de la voluntad y el deseo del gobernante. Ya no rige el federalismo sino la sumisión de provincias y municipios al poder central.

                Semejante programa requiere de dinero, de mucho dinero. Es fundamental, por ejemplo, la compra de voluntades. De jueces, de legisladores, de gobernadores, de intendentes.

                No queda pues otro remedio que echar mano de la corrupción. De los sobreprecios en la obra pública. De las coimas para librar certificados o permisos. De los subsidios que se desvían hacia los bolsillos de los empresarios amigos y testaferros. De la información privilegiada que utilizan los allegados al poder.

                No se trata de algún bolsón de corrupción como siempre existe aún en los gobiernos republicanos. Se trata de una corrupción generalizada. Que comienza en la cabeza del gobierno y que termina en el nombramiento de miles y miles de partidarios en los empleos públicos, único tipo de empleo que es creado.

                Pero no se trata de una corrupción “altruista” como algunos pretenden hacer creer. Solo una parte, mínima, va a la compra de voluntades. El resto va a los bolsillos de los funcionarios encumbrados. Va a la riqueza personal.

                Como se sabe, la sed de riqueza suele no tener límite. Más aún, cuando el dinero fluye fácilmente. Cuando se lo pesa y se lo saca del país en vuelos especiales de aviones privados. Sobreviene, entonces, el paso siguiente: el narcotráfico que mueve cantidades de dinero inconmensurables.

                El objetivo del narcotráfico cuando desembarca en un país es convertir a ese país en una base de operaciones para la distribución de la droga en el mundo y para el lavado de dinero, por ejemplo con hoteles y casinos a la orden del día, aún si se trata de métodos antiguos de blanqueo o con leyes de blanqueo votadas ex profeso.

                El fin último pues es el narco-estado. El copamiento del Estado por el narcotráfico a partir de la compra de candidatos a los que se les financia las campañas políticas. Se trate de cocaína o de efedrina.
Consecuencias
                Para que todo ello sea posible hace falta quebrantar las bases éticas de una sociedad. Es necesario imponer un relativismo moral capaz de admitir todo, fundamentado en aquello que dice que el fin justifica los medios.

                Una sociedad se construye sobre la base del ejemplo y se destruye sobre la misma base.

                Cuando la educación deja de ser un vehículo para el aporte de conocimientos y se convierte en un mero trámite administrativo para pasar de grado, se atenta desde el vamos contra el concepto de esfuerzo y capacitación, imprescindibles para la movilidad social que potencia a una sociedad.

                Si el esfuerzo y la capacitación dejan de ser las herramientas válidas, la movilidad social se estanca. El indigente seguirá como indigente, por generaciones. Y el pobre nacerá y morirá pobre. La única rebelión posible pasa a ser, entonces, el delito. La evasión pasa a ser la droga de pésima calidad. La conjunción de delito y droga constituye el fundamento de la inseguridad.

                ¿Saben los populistas que esto es así? Lo saben y lo niegan.

                El populismo no acepta, ni proclama, la colonización del Poder Judicial. La disfraza con eufemismos como justicia garantista, popular, etcétera. No acepta la instrumentalización de la educación pública de pésima –no de mala- calidad que instituye. La maquilla con la distribución de note books adquiridas, por supuesto, con sobre precio.

                El populismo no reconoce la inseguridad y mucho menos su vinculación con la droga y el narcotráfico. La disimula con incrementos de personal policial con formación ultra veloz y, por tanto, deficiente, o con gendarmes y prefectos que, en lugar de combatir el narcotráfico, se dedican a pedir documentos de los vehículos que acceden a las autopistas.

En realidad, de lo que se trata de disimular la decisión política de no combatir el narcotráfico. Es el más puro gatopardismo, que algo cambie para que nada cambie.
                El populismo niega el atraso cambiario, la inflación, la falta de inversiones, la huida de divisas, la caída del empleo, el achicamiento, la recesión. Es una negativa cínica. Cada uno de los defensores del populismo no ignora la realidad.

Saben que los precios suben, que los impuestos ya son confiscatorios, que los muy pobres tributan la barbaridad de un IVA del 21 por ciento cuando compran un litro de leche para sus hijos, que no hay inversiones.

Saben además que dilapidaron miles de millones de dólares que ingresaron al país como consecuencia de los altísimos precios de los “commodities” –soja, fundamentalmente- y que el Banco Central ya no cuenta con reservas genuinas.

De allí que el populismo no es solo populismo. Es antipatriótico. Prioriza intereses individuales o grupales por sobre el conjunto de la sociedad. Intereses que no son genuinos, sino delincuenciales.
República
                Ninguno de estos elementos está presente en un gobierno republicano. 

Sencillamente porque si están presentes deja de ser un gobierno republicano.
                ¿Es el republicanismo sinónimo de panacea de bienestar? No, no lo es. No es condición suficiente pero es condición necesaria.

                Hace falta la república, pero hace falta, además, el buen gobierno.
                Con la república se asegura la transparencia, la honestidad, el fin de la corrupción como metodología de gobierno, la independencia de los poderes y por tanto la previsibilidad, la unión nacional en lugar de la división de la sociedad, o sea el diálogo y la búsqueda del consenso.

                Es el punto de partida, no el de llegada. Como se dijo, en la llegada, talla el buen gobierno.

                Y el buen gobierno no tiene fórmula única, pero reconoce límites que no se pueden traspasar.

                Sobran los ejemplos. Vaya uno. Es posible aceptar un déficit fiscal momentáneo para subsidiar algunas actividades o consumos. No es posible mantener un déficit fiscal permanente y, mucho menos, creciente. El resultado será un endeudamiento fabuloso –tipo Grecia, tipo dictadura militar argentina o tipo Cavallo- y/o una alta inflación.

                El buen gobierno es estabilidad y crecimiento, con momentos en que se prioriza lo primero y momentos en que conviene priorizar lo segundo. El mal gobierno es el que se ata a la estabilidad –el uno a uno de Domingo Cavallo- o el que pretende un desarrollo veloz a costa de inflación. Ambos terminan en fracaso.

                El buen gobierno es el que detecta los problemas y los soluciona. No el que emplea dinero y esfuerzo en taparlos o disimularlos.

                El buen gobierno es el que optimiza el Estado y lo pone al servicio de los ciudadanos. Para ello cumple y hace cumplir la ley. No genera burocracia que impide la actividad productiva.

                Es dentro de esos márgenes –por citar solo algunos- en los que se mueve el buen gobierno.

                Fijados los límites, de allí en más, opta o por una obra pública o por otra; por fomentar la formación científica o la humanística o ambas; por subsidiar la energía o el transporte, o nada; por reducir los impuestos para fomentar la actividad económica o no hacerlo; por legislar sobre la minería o no; para fomentar la cultura o por olvidarse de ella.

                Y los ciudadanos votan entonces en función de los resultados. Si están de acuerdo premiarán al partido político que gobernó, en caso contrario, votarán por otro partido.

                Juega aquí el último elemento imprescindible para la república y el buen gobierno: la vigencia de un sistema de partidos políticos. Sin ellos, o con ellos quebrados y destruidos, el populismo está al alcance de la mano.

                Cuando la democracia de personas reemplaza a la democracia de partidos, la república está en riesgo. De allí que los sistema electorales y la representación política deben tender a perfeccionarse en dirección al fortalecimiento de los partidos. Hace al buen gobierno.

Opción

                La Argentina vota hoy. Lo hace mediante un sistema anti diluviano aún en vigencia con el único objetivo de facilitar los fraudes oficialistas.

                Bajo esas circunstancias de escasa o nula transparencia deberá optar no ya entre candidatos republicanos para ejercer el buen gobierno, sino entre populismo y república.

                Como suele hacer el populismo, a la hora de la campaña, maquilla su carácter con propuestas compartibles. Trata a los ciudadanos como amnésicos crónicos. 

Compromete cambios luego de 12 años de apoyar lo contrario. Miente y tergiversa.

                Es el engaño a sabiendas. Habla de crecimiento y de desarrollo cuando fue cómplice del estancamiento. Habla de la seguridad cuando compartió el avance del narcotráfico. No habla de ajuste que se torna inevitable como producto de su propio despilfarro de los últimos años.

                Y es el cultivo del miedo. El miedo de los indigentes, a los que no les ofrecen otra alternativa que continuar como tales, de perder un ingreso que la inflación achica mes a mes. El miedo que insuflan sobre los que aceptan la amenaza que sin ellos, los populistas, no hay gobernabilidad posible.

                En la vereda de enfrente, se ubica la opción republicana. No la de mejor gobierno, sino la republicana a secas.

                Para quienes aspiramos a vivir bajo un sistema republicano, no se trata ya de elegir el mejor gobierno, ni siquiera el buen gobierno. Eso ocurrirá recién cuando la república haya sido recuperada.

Ahora, es opción de hierro: populismo o república y ambos tienen su respectivo nombre y apellido.

Enviado por nuestro Amigo Miguel M.

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