domingo, 22 de noviembre de 2015

El balotaje es también el final de un régimen






22/11/15

Del editor al lector



Hoy se elige un nuevo Presidente. Pero más que eso, se vota el fin de un régimen.
Sea cual fuere el ganador, hoy se acaba un ciclo político que hizo del antagonismo su razón de ser. Por eso es que se presenta como un trauma lo que debería ser considerado un resultado de la democracia. Esa visión anómala de que lo que le suceda a Cristina sólo puede ser una pesadilla se apoya en la creencia equivocada de que hasta aquí se vivía en un país de ensueños. Cuando se confunde la propaganda con la realidad y se termina exhibiendo índices de fantasía, en los que ni los propios funcionarios creen, se produce un desenfoque grave que impide tomar conciencia de los verdaderos problemas.
Pero importa desnudar que el kirchnerismo se basó en un dispositivo de “interpelación” para crear antagonismos específicos que le permitieran crecer en contra del otro, convirtiendo al sujeto elegido en una colina a conquistar, cueste lo que cueste, utilizando cualquier herramienta que el Estado le brindara. Esa voluntad de fogonear las antinomias se apoyó, a su vez, en la firme disciplina que, en muchos casos, se pareció demasiado a la extorsión política, pura y dura.
Las consecuencias culturales de un régimen de este tipo determinó divisiones buscadas, fanatismos ideológicos peligrosos que alentaron la discriminación de aquellos que no coincidían con el manual oficialista, no eran confiables porque creían en el valor del acuerdo o se oponían, aún coincidiendo con medidas del gobierno, al sectarismo que surgía del vértice del poder. Esa endogamia determinó la construcción de un mundo en el que sólo el oficialismo se reflejaba: menos pobres que en Alemania, pleno empleo, “sensación” de inseguridad, pluralidad en los medios públicos. La lista es interminable: el exceso oscureció aún los logros que tuvieron. La corrupción fue, además, el lado obsceno de la “épica”, una estafa a los valores que decían expandir y defender.
Para imponer esa visión, fueron “por todo”. Las grandes batallas –Medios, Justicia, reforma constitucional para permitir la reelección de Cristina, política agropecuaria– las perdieron, una a una. El objetivo era modelar las instituciones en la fragua de la hegemonía que parecía eterna.
La sociedad elegirá un Presidente al que debe exigirle un país justo que luche contra la pobreza.
La fractura política y cultural debe ser soldada, los ánimos desarmados sin que esto signifique rendiciones ni olvidos. El debate sofocado debe volver a ser el modo de enriquecer la búsqueda de soluciones para un país de todos.



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