domingo, 22 de noviembre de 2015

Mitos, mentiras y equívocos detrás del miedo



DOMINGO 22 DE NOVIEMBRE DE 2015



LA NACION La carta llega por correo electrónico. Un científico importante, un hombre sin duda admirable, les escribe a sus amigos. Está triste y es derrotista: "La bronca más grande es por mis hijos; porque nosotros no supimos evitar entregarle este país a Hitler". Se refiere a Mauricio Macri. Hay cientos, miles de mensajes con este eco alarmista, que llegan a través de mails, bandos y arengas públicas y privadas. Los emiten profesores, estudiantes, sindicatos, escritores y artistas. Muchas personas se sienten con el derecho de encajarte una filípica en la cara y de extorsionarte emocionalmente allí donde te encuentres. Está amenazada nuestra forma de vida; Daniel Scioli nos salvará del nazismo. Para votar a Berlusconi, para investirlo de un halo libertario e izquierdista, su oponente debe ser necesariamente la reencarnación de Mussolini. Algunos incluso anuncian que se marcharán del país en el caso de que el kirchnerismo pierda las elecciones.La desmesura produce lo contrario de lo que se propone puesto que raya el ridículo, nos dicen los especialistas mirando las encuestas; esta noche se verá si tienen razón o si volvieron a equivocarse. La subestimada progresión del miedo funcionó también así: una joven tal vez apolítica pero que trabaja de manera directa o indirecta con fondos del Estado es anoticiada aviesamente por superiores y compañeros militantes de que su trabajo tambalea y perderá sus derechos. La chica regresa a casa llorando y comunica en Facebook su desazón y el nombre propio de ese monstruoso victimario. En solidaridad, veinte amigos y parientes la reconfortan y a su vez multiplican en la red su fiero disgusto. En progresión geométrica, la iracunda demonización avanza y, por el camino, aumenta de tamaño y tenor; se va cargando de más y más inexactitudes y exageraciones. Al final resulta que estamos al borde del Tercer Reich. "No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo", decía Montaigne.Es una incógnita la efectividad de esta oscura y novedosa campaña, pero sus significados no dejan de proponer inquietantes lecturas. La creciente Argentina prebendaria y clientelar, producto de un estatismo bobo e irresponsable, no es ajena a ese análisis. Pero lo más espinoso reside en su núcleo: una minoría intensa y más o menos ilustrada según la cual nuestro país es tan primitivo que no puede permitirse una alternancia. Sólo un partido puede gobernar eternamente la Patria, y si el pueblo elige a otra fuerza política, se traiciona a sí mismo y se coloca en el filo de una tragedia. Esta dramática concepción pequeñoburguesa es cacareada en nombre del progresismo, pero resulta profundamente reaccionaria. Los socialistas españoles no marchan al exilio y se pintan la cara cada vez que ganan los conservadores, ni viceversa. Y este rol de serena tolerancia no sólo sucede en la vieja Europa sino en las democracias más maduras de América latina, donde por lo general estos sectores iluminados suelen ser más respetuosos de las instituciones y del mensaje de las urnas.Aquí persiste una cierta enajenación neosetentista, que precede al kirchnerismo pero que se legitimó lúdicamente gracias a su clima y su relato. Hay intelectuales que jugaron a la revolución y que, si el Frente para la Victoria es derrotado, jugarán a la resistencia peronista. Su delirio ficcional y elitista, y su analfabetismo republicano sí que meten miedo. Tendrán más dificultades si esta noche triunfa Scioli -a quien hoy dicen amar ya sin "desgarros"-, puesto que el plan secreto del ajedrecista de Villa La Ñata fue expuesto claramente por su eventual canciller ante el Consejo de las Américas en los Estados Unidos: negociar rápido con los fondos buitre, armar un severo programa antiinflacionario y volver a emitir deuda en los mercados internacionales. Cuando lo haga, le dirán traidor, como algunos militantes del PT hacen con Dilma. Y si llega a perder, deberán plegarse a la dura estrategia que tiene preparada la gran dama: culparlo a "Berlusconi" del traspié y acusarlo de no haber sabido transmitir la convicción de los sagrados ideales. Retroceder en pantuflas es su probable karma en el corto o en el mediano plazo.Siempre les quedará, sin embargo, el consuelo de que la encrucijada del momento era Robledo Puch o Jack el Destripador. Robledo al menos es nacional y popular.La otra estigmatización resultó toda una ironía. Y consistió en que los neosetentistas acompañaran de manera enfática la luctuosa profecía del heredero dilecto de Menem, que acosado por los sondeos se vio forzado en el debate a profetizar el advenimiento del menemismo. En la Argentina nadie votó al riojano ni participó de esa controversial peripecia peronista de los años 90. Sólo Jorge Asís, polemista virtuoso y uno de los novelistas más importantes de nuestra literatura, es capaz de reivindicar esa experiencia con valentía y sin ningún complejo. En su sitio digital se lamenta de que el líder amarillo no sea quien el líder naranja denuncia, y también de que el gobernador haya rehuido su verdadero destino: "Como Scioli, en el fondo Macri es otro centrista que mantiene, como techo ideológico, la vacilación tibia del desarrollismo".Es que la hecatombe de la convertibilidad arrastró al desprestigio a la idea neoliberal, que en nuestras pampas fue practicada sin pericia y con la fe de los conversos. El kirchnerismo y Pro son dos productos del post 2001. Ya no existe el Consenso de Washington ni hay condiciones económicas y geopolíticas que hagan posible una ortodoxia de aquellas características. Tiene razón, sin embargo, Asís cuando explica que tanto un nuevo gobierno del Frente para la Victoria como una administración de Cambiemos desplegarían una política frondizista, aunque los matices de unos y otros hacen toda la diferencia.Insiste el argentino politizado en dividir perezosamente entre izquierdas y derechas. Esas coordenadas eurocéntricas fueron destrozadas por el partido de Perón y son hoy, en pleno siglo XXI, inútiles para describir el terreno electoral de la Argentina, que quedó bajo el agua del diluvio populista. Lejos de ser la "derecha", el frente Cambiemos es el arca de Noé del institucionalismo. Si les toca gobernar, tal vez gestionen mal, no sepan aprovechar la oportunidad histórica y terminen como la nave de los locos, pero lo real y concreto es que está formado por gente de todo el arco ideológico y que, en ese sentido, es espejo exacto del kirchnerismo, donde conviven desde ex estalinistas y socialdemócratas hasta socialcristianos, liberales y derechistas rancios y notorios. La despenalización del aborto, que fue imprudentemente agitada por Durán Barba el último día de campaña, tiene adeptos y enemigos en las dos formaciones que se disputan el poder. La lista de divergencias puertas adentro es infinita.Una dificultosa recuperación republicana o una continuidad populista de cajas vacías, ésa es la verdadera disyuntiva de la hora. Lo demás son pavadas.Y no será necesario, por supuesto, que nadie se vaya del país. Ni Scioli es Chávez, ni Macri es Hi-tler. Más allá de la tribuna, ambos cuentan con programas económicos similares, confeccionados por profesionales serios que tienen más coincidencias que desacuerdos acerca de la cruda realidad: un paciente casi asintomático que marcha hacia un infarto masivo. Pero que, con un tratamiento eficaz, puede salvar el pellejo.

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